miércoles, 28 de diciembre de 2011
La soledad del moco
¿Dónde embarro el moco que traigo en el dedo? ¿dónde dónde?....mmmm, veamos....apliquemos la técnica de hacerlo bolita y lanzarlo hacia el frente, invariablemente siempre funciona. Entre más ignoremos el punto exacto en donde haya quedado pegado más felices seremos de no volverlo a encontrar en nuestras vidas. Nada más triste que un moco solitario abandonado por la nariz de su dueño en el marco de una puerta, adornando una pulcra ventana o en la soledad de una pared inmensa. Sin un vello nasal que lo acompañe en su sufrimiento.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Los tres libros que marcaron mi vida.
[Por Cosmos02]
Independientemente de que el tema sirvió para exhibir la pobreza intelectual y cultural de Enrique Peña Nieto y para que se diera vuelo el ingenio de los internautas mexicanos con la aparición multitudinaria de chistes sobre lo frágil que es su discurso cuando se sale del guión y que en el fondo como candidato es sólo un cascarón que depende de sus padrinos políticos, sus asesores y, sobre todo, sus publicistas (como espléndidamente retrata Denise Dresser en este video)
Desde mi muy personal punto de vista la pregunta de cuáles son los libros que marcaron nuestra vida además de peligrosa para los políticos, en el fondo es un sofisma y quisiera explicar por qué.
Ciertamente hay libros que lo marcan a uno, pero sería un auténtico crimen que sólo fueran tres. Si así fuera, seguramente nos distinguiría nuestro dogmatismo e intolerancia. Además, esa pregunta me parecería pertinente si se hiciera en el ocaso de la vida, no cuando uno tiene, al menos teóricamente, por delante una gran cantidad de libros por leer y aún no sabemos cuál de ellos podría darle a nuestra vida un vuelco o, al menos, una buena sacudida interna.
De entrada, tendríamos que responder cuáles han sido los 3 libros más importantes en cada etapa de nuestra vida. Seguro que el libro para colorear que usamos cuando teníamos tres o cuatro años jugó un papel esencial que marcó las habilidades futuras del resto de nuestros días. Ese libro merecería sin duda una mención muy especial. Así que la pregunta, formulada con más precisión nos pediría que enlistáramos los tres libros que marcaron cada etapa de nuestra vida, poniéndonos a su vez de acuerdo en cuáles son éstas, aunque podríamos usar la división clásica: infancia, adolescencia, adultez y tercera edad (aunque yo dividiría la edad adulta en nivel uno y dos, digo, uno a los casi 50 no piensa ni de lejos como cuando se tienen veintitantos y en ambos momentos se nos considera adultos).
Luego está el problema de plantear en qué sentido tienen que tomarse las marcas de la vida ¿las que forjan nuestro carácter? ¿Nuestros conocimientos? ¿Nuestra formación profesional? ¿Nuestra capacidad para interpretar y asumir la realidad que nos rodea? Recuerdo que en mi adolescencia me marcó particularmente “Gracias por el fuego”, del maestro Mario Benedetti (y conste que recordé autor y título sin titubear), pero recuerdo también que por las mismas fechas fue muy importante para mí leer y comprender un folletito de trigonometría publicado por la UNAM, cuyo autor quedó en el olvido, pues me dio toda la confianza que necesitaba para enfrentar con éxito matemáticas durante ese semestre. Marcas así no deberían olvidarse, ni pasarse por alto en el recuento de la vida. Sin embargo, dada la fama que ya adquirieron las malas respuestas ante la pregunta en cuestión, el folleto no podría ser mencionado nunca, lo cual en sentido estricto sería una injusticia.
Por otra parte, están los libros que se supone deberían marcarnos a todos (por la cantidad de veces que son citados como poseedores de tal cualidad marcante) y pobres de nosotros si no llevamos dicha marca. Cuando tenía 19 años leí “Cien años de soledad” de ya saben quién (y si no lo saben a su vida les falta una marca, según), pero recuerdo que realmente lo disfruté muchísimo cuando lo releí por ahí de los 27 o 28 años, aunque no siento que haya sacudido o marcado mi vida, sólo me proporcionó, como debe ser, el profundo goce que produce leer.
Nuestras concepciones del mundo se forman no sólo de los libros que leemos, aunque deberían ser fuente fundamental de las mismas, sino también de nuestra experiencia personal, nuestro entorno material y social y, por supuesto, nuestras capacidades y limitaciones que nos vienen por herencia genética, salud y otras circunstancias. En esa mezcla ¿qué libros debemos mencionar como esenciales en nuestra vida? ¿Qué tanto persiste una marca de un libro que ayer nos pareció impactante y hoy intrascendente? Tenía 12 o 13 años cuando leí un libro con una aventura sobre vampiros. Recuerdo vagamente los monitos sobre una portada azul, pero de la anécdota no puedo decir nada, salvo el hecho de que soñé con ella una buena temporada. Están, por supuesto, aquellos otros que quisiera releer en algún momento de mi vida, como “El mundo y sus demonios” de Carl Sagan y otros que, aunque me causaron una profunda impresión, me erizaron la piel y disfruté intensamente su lectura, difícilmente releería para no quitarles el lugar a otros por venir, como “El evangelio según Jesucristo” de Saramago, “La guerra del fin del mundo” de Mario Vargas Llosa o “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens.
Por fortuna yo no soy más que un ciudadano común al que nadie le pregunta cuáles son los tres libros que marcaron mi vida. Seguramente al día de hoy no tendría manera de responder con certeza por las razones ya apuntadas (aunque eso sí, sin equivocarme en títulos y autores). Lo que sí sabría decir es cuál libro de mi futuro le tengo puestas fuertes expectativas de que me influya de algún modo. Me refiero a la última recomendación de El Explicador, el a su vez muy recomendable Sr. Enrique Ganem, “Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle” de Douglas R. Hofstadter, el cual por cierto me salió mucho más barato en Amazon que en cualquiera de las grandes librerías de este país, y que comenzaré por ahí de enero, cuando termine “Danza con dragones” de George R.R. Martín que aunque no está marcando mi vida, está muy bueno.
Independientemente de que el tema sirvió para exhibir la pobreza intelectual y cultural de Enrique Peña Nieto y para que se diera vuelo el ingenio de los internautas mexicanos con la aparición multitudinaria de chistes sobre lo frágil que es su discurso cuando se sale del guión y que en el fondo como candidato es sólo un cascarón que depende de sus padrinos políticos, sus asesores y, sobre todo, sus publicistas (como espléndidamente retrata Denise Dresser en este video)
Desde mi muy personal punto de vista la pregunta de cuáles son los libros que marcaron nuestra vida además de peligrosa para los políticos, en el fondo es un sofisma y quisiera explicar por qué.
Ciertamente hay libros que lo marcan a uno, pero sería un auténtico crimen que sólo fueran tres. Si así fuera, seguramente nos distinguiría nuestro dogmatismo e intolerancia. Además, esa pregunta me parecería pertinente si se hiciera en el ocaso de la vida, no cuando uno tiene, al menos teóricamente, por delante una gran cantidad de libros por leer y aún no sabemos cuál de ellos podría darle a nuestra vida un vuelco o, al menos, una buena sacudida interna.
De entrada, tendríamos que responder cuáles han sido los 3 libros más importantes en cada etapa de nuestra vida. Seguro que el libro para colorear que usamos cuando teníamos tres o cuatro años jugó un papel esencial que marcó las habilidades futuras del resto de nuestros días. Ese libro merecería sin duda una mención muy especial. Así que la pregunta, formulada con más precisión nos pediría que enlistáramos los tres libros que marcaron cada etapa de nuestra vida, poniéndonos a su vez de acuerdo en cuáles son éstas, aunque podríamos usar la división clásica: infancia, adolescencia, adultez y tercera edad (aunque yo dividiría la edad adulta en nivel uno y dos, digo, uno a los casi 50 no piensa ni de lejos como cuando se tienen veintitantos y en ambos momentos se nos considera adultos).
Luego está el problema de plantear en qué sentido tienen que tomarse las marcas de la vida ¿las que forjan nuestro carácter? ¿Nuestros conocimientos? ¿Nuestra formación profesional? ¿Nuestra capacidad para interpretar y asumir la realidad que nos rodea? Recuerdo que en mi adolescencia me marcó particularmente “Gracias por el fuego”, del maestro Mario Benedetti (y conste que recordé autor y título sin titubear), pero recuerdo también que por las mismas fechas fue muy importante para mí leer y comprender un folletito de trigonometría publicado por la UNAM, cuyo autor quedó en el olvido, pues me dio toda la confianza que necesitaba para enfrentar con éxito matemáticas durante ese semestre. Marcas así no deberían olvidarse, ni pasarse por alto en el recuento de la vida. Sin embargo, dada la fama que ya adquirieron las malas respuestas ante la pregunta en cuestión, el folleto no podría ser mencionado nunca, lo cual en sentido estricto sería una injusticia.
Por otra parte, están los libros que se supone deberían marcarnos a todos (por la cantidad de veces que son citados como poseedores de tal cualidad marcante) y pobres de nosotros si no llevamos dicha marca. Cuando tenía 19 años leí “Cien años de soledad” de ya saben quién (y si no lo saben a su vida les falta una marca, según), pero recuerdo que realmente lo disfruté muchísimo cuando lo releí por ahí de los 27 o 28 años, aunque no siento que haya sacudido o marcado mi vida, sólo me proporcionó, como debe ser, el profundo goce que produce leer.
Nuestras concepciones del mundo se forman no sólo de los libros que leemos, aunque deberían ser fuente fundamental de las mismas, sino también de nuestra experiencia personal, nuestro entorno material y social y, por supuesto, nuestras capacidades y limitaciones que nos vienen por herencia genética, salud y otras circunstancias. En esa mezcla ¿qué libros debemos mencionar como esenciales en nuestra vida? ¿Qué tanto persiste una marca de un libro que ayer nos pareció impactante y hoy intrascendente? Tenía 12 o 13 años cuando leí un libro con una aventura sobre vampiros. Recuerdo vagamente los monitos sobre una portada azul, pero de la anécdota no puedo decir nada, salvo el hecho de que soñé con ella una buena temporada. Están, por supuesto, aquellos otros que quisiera releer en algún momento de mi vida, como “El mundo y sus demonios” de Carl Sagan y otros que, aunque me causaron una profunda impresión, me erizaron la piel y disfruté intensamente su lectura, difícilmente releería para no quitarles el lugar a otros por venir, como “El evangelio según Jesucristo” de Saramago, “La guerra del fin del mundo” de Mario Vargas Llosa o “Historia de dos ciudades” de Charles Dickens.
Por fortuna yo no soy más que un ciudadano común al que nadie le pregunta cuáles son los tres libros que marcaron mi vida. Seguramente al día de hoy no tendría manera de responder con certeza por las razones ya apuntadas (aunque eso sí, sin equivocarme en títulos y autores). Lo que sí sabría decir es cuál libro de mi futuro le tengo puestas fuertes expectativas de que me influya de algún modo. Me refiero a la última recomendación de El Explicador, el a su vez muy recomendable Sr. Enrique Ganem, “Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle” de Douglas R. Hofstadter, el cual por cierto me salió mucho más barato en Amazon que en cualquiera de las grandes librerías de este país, y que comenzaré por ahí de enero, cuando termine “Danza con dragones” de George R.R. Martín que aunque no está marcando mi vida, está muy bueno.
martes, 6 de diciembre de 2011
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