jueves, 17 de febrero de 2011

La Contraseña XIX

[Por Cosmos02]

Por si te perdiste las partes anteriores:
La Contraseña I
La Contraseña II
La Contraseña III
La Contraseña IV
La Contraseña V
La Contraseña VI
La Contraseña VII
La Contraseña VIII
La Contraseña IX
La Contraseña X
La Contraseña XI
La Contraseña XII
La Contraseña XIII
La Contraseña XIV
La Contraseña XV
La Contraseña XVI
La Contraseña XVII
La Contraseña XVIII


VI


El disco


Tercera parte





- Antes dígame una cosa –preguntó Víctor Kuzmanovski a través de su muñeco de ventrílocuo que, viéndole bien la cara, me pareció el traductor-. ¿Qué posibilidades reales hay de que recuperemos ese disco?

- Muchas –respondió parco mi papá.

- También debo resaltar las condiciones en las que estamos hablando –insistió el polaco-, nada de lo que aquí se diga debe revelarse.

- Eso ya estaba establecido desde el principio, no es necesario insistir en el tema. En mi agencia el principio de confidencialidad es absoluto –terció William Baskerville con cierta severidad-.

- Aún así –continuó el traductor al tiempo que escuchaba al polaco- negaré cualquier relación con ustedes si las cosas salen mal.

- Señor Kuzmanovski –respondió mi papá hablando con mucha calma- quisiera hacerle ver que debe usted dejarse de una vez de reticencias, es necesario que intercambiemos información para resolver esto a la brevedad. Si usted me oculta algo, eso podría entorpecer las cosas…

- Nuestra prioridad –lo interrumpió el inglés mostrando impaciencia- es ahora recuperar el disco, enfoquémonos en eso entonces.

Yo, en cambio, ni llevaba prisa ni me sentía presionado. Por el contrario, estaba encantado con mi padre, que había doblegado a este sujeto de aspecto temible, pero con mirada sin brillo. Era como si esos ojos negros, en los que ahora reparaba con más detalle, estuvieran fijos, sin iris que reaccionara a la luz y que, por tanto, transmitían un mensaje ominoso, precisamente por su ausencia de expresión. Pero en la nueva circunstancia en la que estábamos, desde que volvimos al interior, cambiaron para pertenecer a un hombre vulnerable, ya no tan temible, sino necesitado de quien realmente había mostrado mayor voluntad: mi padre. Así que en realidad estaba yo internamente de lo más divertido, disfrutando el instante y pensando, más allá de que las llamadas a la confidencialidad siempre llevaban miradas significativas hacia mí, que un día iba a poder contarle a mis futuros hijos que fui detective en un caso con extranjeros, información por recuperar y todo. Con el tiempo podría ir añadiendo a las cosas cuanto hiciera falta hasta convertirlas en un episodio épico, para placer de hasta mis nietos. Además, mi posición era muy cómoda hasta ese momento, pues me limitaba a escuchar ya sin preocuparme porque mi opinión fuera a ser necesaria, cosa que comenzaba a dudar. Sin embargo, tan pronto comenzó a explicar el polaco, las cosas para mí dieron un vuelco de trescientos sesenta grados.

- Detective Daniel Franco –comenzó a decir el traductor con la parsimonia que a veces le imponía el polaco al hablar-, el disco contiene el código fuente del Sistema Operativo Windows en todas sus versiones y modalidades, incluidos los avances del que está en desarrollo.

- ¿Qué? –Dije brincando de mi asiento y sorprendiendo a mi padre por mi reacción- Repita eso por favor –añadí impertinente-.

Víctor Kuzmanovski también se mostró sorprendido, miró a su traductor quien seguramente le decía mis frases y luego se volvió hacia mí, ya no tanto con gesto fiero, sino más bien intrigado, pero repitió:

- El disco contiene el código fuente del Sistema Operativo Microsoft Windows, el código de todas sus versiones, desde Windows 98, y todas las siguientes. Entendemos que se trata de una herramienta interna de Microsoft diseñada para facilitar la documentación del código, por lo que tiene añadidos comentarios internos reveladores que son de nuestro interés. En ese disco se incluye la versión de Windows que está en desarrollo y que aún no sale a la venta.

- ¿Por qué reaccionas así Carlos? –Preguntó mi padre con tono de reproche.

- ¿Por qué? Bueno, es que se trata del secreto mejor guardado del mundo de la informática Daniel. El código de Windows es, es… ¿cómo decirlo? Es un asunto de mucho alcance. Pero… -me volví hacía Kuzmanovski- ¿cómo? Microsoft nunca soltaría el código de Windows así nada más. A duras penas aceptaron mostrar algunas partes a ciertos gobiernos y, aun así, hay quien piensa que son fragmentos sin interés. Hasta donde sé, el programa para mostrar el código a gobiernos es sumamente selectivo, prácticamente cerrado. Es más –dije incisivo- esto es extraoficial ¿verdad? Ellos nunca le facilitarían el código de Windows a alguien como usted.

Kuzmanovski no dejó de mirarme mientras escuchaba la traducción. Sin embargo, suavizaba el gesto. Al parecer no le incomodaba que yo reaccionara así con lo que acababa de decir, al contrario, parecía halagado.

- Por supuesto que es extraoficial –interrumpió mi padre-, de no serlo nos lo hubiera dicho desde el principio. El señor Kuzmanovski viene por el producto de un robo. Si no se tratara de un acto ilegal, no exigiría confidencialidad como lo hace.

Ante la acusación de mi padre, todos guardamos silencio por unos segundos. Increíblemente, Kuzmanovski aprovechaba para recargar su enorme espalda en el aterrado sillón, cruzar la pierna poniendo el tobillo sobre su rodilla y alisar los pliegues del pantalón de su fino traje. A pesar de lo dicho, parecía haber recuperado cierta tranquilidad. Cuando terminó de acomodarse, por fin habló.

- El asunto no es tan simple como piensa detective. El método podrá ser reprobable, pero tenemos un interés legítimo por esa información. Y ahora no podemos correr el riesgo de que se pierda.

- Las consecuencias serían terribles –intervine otra vez inesperadamente y para sorpresa de todos, de cualquier modo, me sentía compulsivamente motivado a hacerlo-, si ese código fuera expuesto en Internet, la seguridad de muchas empresas, personas e incluso gobiernos estaría en peligro.

Miré a mi papá para corroborar que no reprobara de nuevo mi intervención. Sin embargo, tal vez comprendió que era el momento de justificar mi presencia. Por lo que, en cambio, me animó a explicar.

- ¿Por qué Carlos? ¿Qué lo hace tan importante?

- Por muchas razones –me volví hacia él no sin antes notar que Kuzmanovski tampoco se oponía a mi intervención, por el contrario, también me animaba a seguir hablando moviendo afirmativamente la cabeza y extendiéndome su mano con la palma hacia arriba-. El sistema operativo es el corazón que hace funcionar a las computadoras y en el caso de Windows, se trata del sistema operativo de más del 90% de computadoras en todo el mundo. Millones de equipos dependen de los algoritmos de Windows para funcionar. La exposición del código tendría efectos comerciales, políticos, militares y de muchos otros tipos. Te insisto que gobiernos, empresas, organizaciones en general se verían afectados. En ciertas manos, podría servir para atacar los sistemas informáticos de países enemigos, la seguridad del mundo estaría en riesgo si la información es vulnerable para ser espiada o destruida. Se podrían liberar virus informáticos, troyanos, gusanos y todo tipo de programas que paralizarían ciudades, que colapsarían información financiera, industrial, pública, académica y todo lo que quieras agregar no en un país, sino de continentes enteros y sus economías podrían entrar en crisis, sin exagerar. Si esa información la suben a Internet correría rápidamente en todo el mundo y no habría ya manera de hacer nada, cualquier estudiante de programación de nivel medio podría comprenderlo rápidamente y miles de piratas informáticos comenzarían a hacer programas destructivos para afectar a los usuarios del sistema, cada uno con su propio objetivo a aniquilar y vendría una ciberguerra de fuego cruzado caótica.

- ¿No habría una reacción de Microsoft ante una situación así?

- Si Daniel, claro, pero aun así, una vez en Internet, difícilmente podría detenerse una catástrofe informática. Aun suponiendo una reacción masiva de gobiernos y autoridades a nivel mundial, en muy poco tiempo, una vez conocida la noticia, se esparciría el código entre miles y miles de programadores y sus efectos serían casi inmediatos.

- ¿Por qué supones un escenario así Carlos? ¿No te parece exagerado? –preguntó mi papá evidentemente intrigado-

- No, no me parece exagerado. Ya una vez robaron una parte pequeña del código y aunque muy poca gente se enteró, hubo cierta alerta sobre ese hecho.

Kuzmanovski, que alternaba su enorme cara en mirar a su traductor y a mí, levantó su mano pidiéndome silencio.

- En realidad –dijo en voz de su intérprete-, nunca estuvimos seguros de que realmente hubiera existido tal robo. Además, la exposición del código del sistema operativo a la larga daría como resultado su perfeccionamiento y no necesariamente una catástrofe.

- ¿No?

- No –continuó Kuzmanovski, que no requirió de traducción a mi pregunta-. Pero en todo caso, no necesitamos analizar ese escenario. No es nuestra intención publicar el código en Internet de ningún modo, ni nada parecido.

- ¿Pero no será ésa la intención de Julieta Díaz? –Interrumpí ya sin ocultar mi exaltación por el tema-

- Lo dudo –terció mi papá-, Julieta Díaz se ocultó por miedo y ofrece devolver el disco. Yo diría que no quiere problemas.

- ¿Ya habló con ella? –Preguntó el polaco-

- No exactamente –respondió mi papá-. Sin embargo, debo decirles que no me satisface perseguir ese disco para usted señor Víctor Kuzmanovski. Esa información, como sea, no les pertenece. Además, no nos ha dicho cuál era el trato con Ethan Campbell, ni qué piensa hacer con el disco. Míster William –mi padre se volvió hacia su jefe- nuestro principio de confidencialidad es absoluto, pero lo es también el de ética. Si recuperamos ese disco será para devolverlo a sus genuinos propietarios.

- No vemos necesario agregar más detalles a la información vertida –dijo el traductor, pero por iniciativa propia, pues Kuzmanovski permanecía callado, a la expectativa-.

William Baskerville se reacomodó en su sillón y disminuyó la inclinación del respaldo, preparándose a intervenir de nuevo.

- Querido Daniel, el mundo no es blanco y negro y tú lo sabes. ¿Cuántas veces has enfrentado casos donde nuestros clientes, hombres o mujeres, es igual, merecían ser engañados? ¿En cuántos casos podríamos afirmar que el acusador también suele ser culpable? Te lo planteo al revés: ¿Cuántas veces, descubriéndose la verdad, el que acusa pierde y el culpable gana? Ya hemos hablado de esto antes, hemos recibido cientos de clientes así, contradictorios, y aun así atendimos y resolvimos sus problemas ¿No estás de acuerdo?

Mi padre pareció incomodarse por la referencia a otros casos e intentó defenderse, aunque no con mucho énfasis.

- No es equiparable con esto Míster William. Sabe bien que seguiré en el caso mientras usted me lo pida, pero no comparto que se quieran apropiar ilegalmente de información robada.

- De acuerdo Daniel –dijo el inglés sumamente serio-, el señor Kuzmanovski nos dirá cuál es el trato y para qué quiere la información, pero tú deberás concluir el caso y entregarle el disco. Es un pacto que le pido a ambas partes.

Volteamos a ver a Kuzmanovski quien permanecía callado, mirando el suelo con los ojos entrecerrados. Cuando por fin terminaron de comunicarle todo lo que se había dicho, se encogió ligeramente de hombros, volvió a la orilla del sufrido sillón y se dispuso a hablar.

- Debo aclarar algo. Los robos suelen servir para beneficiar al ladrón detective. Nosotros no vamos a revender lo robado. Tampoco tenemos intenciones de publicar información en Internet, ni queremos usarla para destruir a nadie. No somos criminales ni queremos serlo. Es más…

Mi padre interrumpió la última frase del traductor al hablar.

- ¿Revender? ¿Quiere decir que iba a pagarle a Ethan Campbell por el disco?

- Es usted veloz detective. –Respondió Kuzmanovski tras unos segundos de haber escuchado la traducción- Debo confesar que tal vez me equivoqué con usted, que realmente sea el hombre adecuado para esto. También reconozco la oportunidad de la participación de su hijo y la acepto, pues parece conocer el tema. Tendrán pues mi confianza. Ahora si me lo permiten, les voy a explicar con todo detalle, para evitarme más preguntas o descubrimientos de su parte: En efecto, íbamos a pagarle a Ethan Campbell y a Jack Hampton 25 millones de dólares por el disco.

- ¿Jack Hampton? –Pregunté yo-

- Jack Hampton es quien realmente robó el código por las noticias que tenemos, si le interesa el dato –dijo en clara alusión a mi padre-. Llevaba varias semanas ofreciendo el código en foros subterráneos de hackers por Internet, aunque no lo decía abiertamente, sino en clave.

- ¿Pero cómo lo hicieron? Me imagino que debe ser realmente complicado con los sistemas de seguridad que deben tener.

- Eso tendría que explicarlo Hampton, ahora que Campbell está muerto.

- ¿Por qué un disco? ¿Por qué no lo transfirieron por Internet de máquina a máquina, un FTP o cualquier técnica similar?

- Esto también debe explicarlo Hampton detective –en ese momento una pequeña vena de orgullo saltó en mí, el polaco me había llamado también “detective”. Intenté seguir el ejemplo de mi padre y poner cara de no sentir nada, pero la emoción amenazaba con rebasarme: era otra vez el niño aquél que jugó a ser detective por imitación a su papá-. Aunque supongo que tiene que ver con la cantidad de información involucrada, estamos hablando de varios gigas grabados en el disco, millones y millones de líneas de código, pero además no sólo simple código, sino también una gran cantidad de notas explicativas, señalizaciones y comentarios relacionados que están añadidos y que son de gran interés para nosotros porque nos han dicho que muchos de ellos vienen de la mano del mismo Bill Gates y que sólo son para el consumo de los desarrolladores en jefe. Ni siquiera los programadores de nivel medio tienen acceso a esas notas que podrían ser comprometedoras para la empresa. De hecho, se trata de un disco de súper alta densidad. Si se transfería, supongo que corríamos el riesgo de que alguien detectara la operación en la red de Microsoft y la interrumpieran. Pero, además, la transacción tiene dos componentes. Jack Hampton corroboraría el pago a través de transferencias bancarias para él y Campbell, cincuenta y cincuenta por ciento. Una vez hecho, Campbell entregaría el disco aquí en México; tal vez pensaba esconderse en este país.

- ¿Dónde está ahora el cómplice de Campbell? –Preguntó mi padre aún con un tono duro-

-¿Hampton? ¿Por qué lo pregunta? – Dijo el traductor después de escuchar al gigante.

-Para establecer que su presencia no sea un problema. ¿No lo van a buscar cuando noten el robo?

- No lo sabemos. Actualmente él está escondido en Europa esperando su dinero.

- ¿Por qué Ethan Campbell? –pregunté- Él es hijo de un hombre muy rico. Es uno de los ejecutivos de Microsoft que también aparecen en la lista de Forbes. No tiene sentido, 12.5 millones de dólares seguramente no es nada comparado con lo que iba a ser su herencia.

- Esto también tendría que explicarlo Jack Hampton, nosotros ignoramos esos detalles. El ofreció el código y nosotros lo contactamos para comprarlo, después él nos dio instrucciones de que recibiríamos el disco de manos de Campbell aquí. La negociación fue complicada, pero teníamos elementos para saber que estábamos haciendo una operación real.

- Sé que Pierre Khan tiene motivos para detestar a Microsoft señor Kuzmanovski, pero ¿qué papel juega él? –Volví a preguntar yo, en vista de mi nueva condición de detective y de que el polaco se había puesto cooperativo-.

- Khan está financiando la compra, no me pregunte más de él.

- ¿Para qué aceptaron hacer la operación? –preguntó ahora mi padre, el detective mayor- Si no van a hacer nada ilegal como argumenta ¿de qué les sirve? Si querían evitar que el código se difundiera, bastaba con que informaran de esto a la propia empresa para que evitaran el robo.

Kuzmanovski carraspeó y se levantó de su lugar, se veía nuevamente molesto, aunque terminé por pensar que era un enigma descifrar el sentir de este hombre, cuya expresión vacilaba entre lo hostil, inexpresivo, vulnerable, impaciente, siniestro o a veces, francamente vacío. Aun cuando de repente parecía sonreír, al final me quedaba con la idea de que no era posible comprenderlo. Tomó un poco de agua que hacía rato nos había llevado en una charola el señor Joaquín y que había dejado en una mesa de centro cercana. Volvió a su lugar y, de nuevo, miró a su ayudante para continuar.

- Recurrimos a ustedes para encontrar a Ethan Campbell y obtener el disco y lo que tenemos hasta ahora es un interrogatorio. No me hace feliz, pero les daré gusto. El análisis del código es del interés de muchos gobiernos detective.

- ¿Por qué señor Kuzmanovski? –Casi dijimos al unísono mi padre y yo, aunque en mi caso, además de decir sólo “¿por qué?”, tenía muchos elementos para saber de antemano la respuesta.

- Porque sospechamos que el Sistema Operativo Microsoft Windows, el que opera en la mayor parte de computadoras de todo el mundo, que usan en hogares, empresas, gobiernos y todo lo que usted enlistó –me señaló con la mano mientras hablaba en voz baja y su ayudante traducía- es una efectiva arma de espionaje al servicio del gobierno de los Estados Unidos y, antes de que pregunte, le voy a explicar por qué algunos pensamos eso.

viernes, 11 de febrero de 2011

La Contraseña XVIII

[Por Cosmos02]

Por si te perdiste las partes anteriores:
La Contraseña I
La Contraseña II
La Contraseña III
La Contraseña IV
La Contraseña V
La Contraseña VI
La Contraseña VII
La Contraseña VIII
La Contraseña IX
La Contraseña X
La Contraseña XI
La Contraseña XII
La Contraseña XIII
La Contraseña XIV
La Contraseña XV
La Contraseña XVI
La Contraseña XVII


VI


El disco


Segunda parte



El dolor es un rayo colérico que te recorre por dentro, agitándote en sollozos. Es una multitud de insectos devorándote el vientre, una campana gigante repicando en tu cabeza, una daga clavada en tu pecho, el abandono con el que caes incesante en este abismo sin fin. Pájaros negros volando en círculos bajo la lluvia. El vacío a tu alrededor, la desesperanza de un millón de niños escuálidos en medio de la guerra, del desierto, en caravana bajo una tormenta. El hambre campesina, el reo inocente, la madre soltera, el anciano solo, una mujer golpeada. La impotencia ante el Poder. Una ciudad destruida, un bosque en llamas, una casa de cartón en la montaña, un mendigo tirado en la banqueta, un maizal seco. Es el viento helado que paraliza tu corazón, un sol apagado, un día sin mañana, una mano asesina, el odio, un beso de Judas, el cinismo, la mentira, la ambición, la lujuria del dinero, el desamor, un golpe y luego otro, el tiempo que nunca retrocede, la ausencia de aire que te impide respirar, el estruendo de un arma cada vez que pronuncias su nombre, llamándolo: “Ethan ¿Dónde estás?”.

Despiertas con un enorme esfuerzo, lo primero que notas es un sabor amargo y pastoso en la boca, todo te da vueltas. Intentas levantarte pero no es posible, una mezcla de nausea y debilidad te lo impiden, por lo que derrumbas tu cuerpo de nuevo sobre la cama. Cierras los ojos para, así, recuperar la lucidez. Entonces escuchas una voz:

- Julieta ¿estás despierta?

- Sí, pero no puedo abrir los ojos, estoy mareada.

- Debe ser todavía por los efectos de la pastilla que te di anoche. Ayer no dormiste nada mujer. Quédate así, voy a traerte un caldito para que te sientas mejor ¿de acuerdo? No tardo.

Respiras hondo e intentas incorporarte, aún es difícil, los cuadros del cuarto danzan frenéticos a tu alrededor, junto con la ventana, el crucifijo y el foco. Te sientas recargando la espalda en la cabecera, vuelves a cerrar tus párpados y te mantienes inmóvil mientras todo se ralentiza hasta volver a su lugar. Tu amiga se acerca con una charola en las manos.

- ¿Te sientes mejor?

- Sí, creo que sí –contestas abriendo lenta pero definitivamente los ojos-. ¿Qué hora es?

- Ya es de noche Julieta.

- ¿He dormido todo el día?

- “Dormido”, lo que se dice “dormido”, no mijita. Has estado hablando y llorando, aun cuando te di una pastilla muy fuerte. Hasta un caballo se hubiera quedado bien dormido. Pero estuviste muy inquieta. En verdad que estuve a punto de inyectarte un sedante pero de por sí te veía mal, no quería darte nada más ¿Te acuerdas que limpié el sudor de tu frente?

- No sentí nada. Me duele mucho la cabeza.

Tomas la charola, la acomodas sobre tus piernas y haces el esfuerzo de sorber el caldo de pollo, que resulta un verdadero bálsamo para tu estómago.

- No me sorprende Julieta, ha sido una impresión muy fuerte para ti. Anteayer llegaste como a la una o dos de la mañana, ya no sé y no dormiste, y, cuenta, te tomaste la pastilla ayer como a las once de la noche, más el tiempo que estuviste despierta anteayer, llevabas, deja ver…, como cuarenta horas sin dormir.

- Ana Clara , te agradezco mucho, tu casa fue el primer lugar que se me ocurrió…

- Ni lo digas mujer, no tienes nada que agradecer, para eso somos amigas, las mejores.

- ¿No deberías estar trabajando en el hospital?

- Ya pedí permiso para faltar unos días al trabajo, luego arreglo eso, no te preocupes.

- Seguro también desvelé mucho a Raúl.

- No hay problema por él, te digo que no te preocupes, ahora ya no tarda de trabajar. Anteanoche ni se desveló, ya ves que luego de que te abrimos se regresó a dormir. Pero también está muy enojado por lo de Ethan. Dice que en la organización tienes todo el apoyo que necesites, que él puede hablar con los compañeros abogados, para que nos ayuden si hay problemas. ¿Vas a denunciar su muerte?

- No sé todavía qué voy a hacer…

- Bueno, te adelanto que Raúl también compró y revisó casi todos los periódicos de hoy en la mañana y están como los que revisamos ayer: no hay nada. Como si no hubiera ocurrido nada.

- Todo esto es muy confuso, me imagino muchas cosas, pero no sé qué está pasando. Se me hace muy raro que ningún medio diga algo, ni siquiera los de nota roja.

- Deberías reponerte primero Julieta. Todos queríamos a Ethan, pero ahora la que me preocupa mucho eres tú. Deberías ver la cara que tienes.

- Estoy muy dolida y muy triste… Al parecer ni siquiera lo podré enterrar como enterré a mis padres –se te quiebra la voz, llevas una mano a la cara y limpias de la mejilla la lágrima que se desplaza aprisa- pero me voy a reponer, tengo que reponerme. Además, me temo que este asunto no ha terminado.

Tu amiga pone una mano sobre tu hombro y te mira con afecto.

- Come, te hace mucha falta. Ya no llores. Comparto tu dolor por Ethan, pero sigo sorprendida, sin entender.

Suspiras profundamente y buscas controlarte. Eres consciente que debes enfrentar los hechos y actuar en consecuencia. Nunca has sido una mujer débil, no te concibes como tal. Entrecierras los ojos y recuerdas.

- Llegó a la casa con un disco, se robó información de Microsoft. Tampoco habla de eso el periódico ¿verdad?

- No. ¿Tú crees que lo mataron por eso?

- No se me ocurre otra cosa ¿cómo te explicas que no haya noticias sobre su muerte? No sé si lo seguían, o lo localizaron y ahí mismo lo mataron. Lo que me desconcierta es que no hayan subido por mí, tal vez alguien los vio y huyeron. Tal vez me siguieron hasta aquí…

Detienes un segundo tus palabras, la conclusión es ominosa, pero debes dejarla salir al tiempo que miras intensamente a tu amiga:

- Ana, te estoy poniendo en peligro. A ti y a Raúl. Debo irme de inmediato.

- No chiquita –dice tranquilamente Ana Clara moviendo el dedo índice muy cerca de tu cara- ni creas que te voy a dejar ir así, hecha este desastre. Si te acerco un espejo te espantas. Si alguien te hubiera seguido anteanoche ¿crees que no nos hubiéramos dado cuenta ya? Por si no los has notado mijita, mi colonia es pequeña y está bardeada, si alguien anda rondando, los vigilantes de la entrada lo comunican a los vecinos. Nadie sabe que estás aquí, además, dijimos que seríamos discretos. Así que ni te preocupes Julieta.

- Quiero hablarle a Rita, mi vecina, a ver si ha ocurrido algo en mi casa.

- ¿Quieres que te traiga el teléfono?

- No, lo haré desde mi celular. Si intervinieron los teléfonos de mis vecinas, así al menos no ven tu número.

- Por favor Julieta, no seas paranoica.

- Lo seré.

Te estiras al buró para tomar tu teléfono, Ana Clara retira la charola y marcas a la casa de tus vecinas. Te cuentan que hoy mismo, temprano, llegó a buscarte un hombre mayor, un tal detective Franco. Tu vecina te dice que parece buena persona, muy serio pero tranquilo, hasta algo distraído, como profesor chiflado. Le dio tu correo electrónico.

- Explícame exactamente qué te dijo –preguntas para confirmar la información, la joven repite la historia-.

- Gracias, ya no le digas nada a nadie más. Si alguien va a buscarme, simplemente digan que no estoy. Dile a tu abuela que ya no diga nada de Ethan, como si no lo conocieran… No, no te preocupes, nos vemos muy pronto por allá. Sí, todo está bien, ustedes ya no digan nada, luego te cuento pequeña. Cuídense mucho, adiós.

Tu amiga te mira parada frente a la cama, con los brazos cruzados. Comienza a ver a la Julieta Díaz que conoce: la mujer con la mirada de que siempre sabe qué debe hacer.

- ¿Tienes Internet aquí? Quiero checar mi correo electrónico.

- Claro, usa la computadora de Raúl.

Comienzas a sentir el alivio que te dio la comida, te sientes mejor, aunque la tristeza aún es una losa que debes cargar. Te asomas bajo la cama y atraes hacia ti la mochila, la pones sobre tus piernas, donde estuvo la charola, hurgas en su interior, todo está revuelto. Sacas el estuche en el que se encuentra el disco y lo levantas a la altura de tu rostro para que Ana Clara lo vea.

- Esto es el culpable de todo, pero me voy a deshacer de él lo más rápido que pueda.

La Contraseña XIX