Por si te perdiste las partes anteriores:
La Contraseña I
La Contraseña II
La Contraseña III
II
Un caso para Daniel Franco
Segunda Parte
Un caso para Daniel Franco
Segunda Parte
Al entrar a su casa, la profesora Estela Gómez dejó su portafolio sobre un sofá y se dirigió de inmediato a la cocina para beber agua. Corroboró las ollas con comida que sobre la estufa dejó su cocinera. Luego fue a la recámara a cambiarse los zapatos. En el camino de vuelta se paró frente al reclinable de la sala donde Daniel Franco alejaba su brazo para ajustar la distancia del libro a su presbicia, al verla se bajó los anteojos para leer a la punta de la nariz para mirarla por encima de éstos, le dedicó una leve sonrisa y se enderezó al tiempo que ella se agachaba hacia él para besarle la mejilla. Sus rostros se encontraron a medio camino y ella le correspondió con una caricia.
- Querida ¿cómo te fue hoy?
- Bien amor, bien. Me entretuve unos minutos hablando con la madre de un niño que suspendí tres días. Según las nuevas normas, ya no se puede más, merecía un mes.
- Desventajas de ser la directora querida –respondió Franco afectuosamente.
- Así es ¿Cenamos de una vez?
- Cuando digas. -contestó Daniel Franco.
La esposa del detective no había dado dos pasos hacia la cocina cuando sonó el teléfono. Se desvió al esquinero donde estaba el aparato. “Esa es una de mis hijas”, dijo al tiempo que tomaba la llamada. Daniel Franco, sin contestar, se arrellanaba en el sillón para intentar leer un par de párrafos más de una novela de Ken Follet antes de que tuviera que pararse a la mesa. Sin embargo, no había logrado retomar la lectura cuando la respuesta de su esposa al aparato lo hizo enderezarse de súbito en su asiento.
- Mister William, qué gusto saludarlo –dijo Estela-. ¿Cómo ha estado? Muy bien, gracias ¿Daniel? Sí, por supuesto, enseguida lo comunico.
No había colocado aún la bocina sobre el mueble cuando Daniel Franco ya estaba junto a ella extendiendo la mano para tomar la llamada.
- Tranquilo amor, es tu jefe, lo más seguro para saludarte.
- Ex jefe Estela –dijo en voz baja y tapando con una mano la bocina-.
- ¿Crees que esté pasando algo malo? – Preguntó mientras abría los ojos con sorpresa al ver el gesto de preocupación de su esposo.
- Ya veremos –contestó el detective mientras calculaba que era ya más de un año que no había vuelto a hablar con él desde que se retiró, por lo que sólo algo muy especial podía haber motivado la llamada.
- Mister William ¿Está usted bien?... Yo estoy muy bien, muchas gracias…. Estela también señor, gracias. ¿Ahora mismo? Desde luego, voy para allá señor. Así es, llego en menos de una hora.
Colgó el teléfono y miró a su esposa más intrigado que preocupado. William Baskerville quería verlo en la agencia en ese mismo instante, por lo que fue a quitarse el pijama de franela que ya tenía, se vistió con la misma ropa que usó durante el día, tomó su típica chamarra de piel del respaldo de una silla y se dispuso a sacar su auto del garaje.
- Vuelvo lo antes posible –dijo mientras descubría que su esposa lo miraba realmente preocupada, pues muy rara vez su trabajo lo obligaba a salir de su casa de noche sin estar previamente agendado.
- Espero que no esté pasando nada serio Daniel, cuídate mucho.
- Duérmete, regreso pronto. –Contestó el detective.
- Me hablas si no es así. –Le reconvino ella.
Pasaban de las diez de la noche y aunque las calles no estaban desiertas, el tráfico no representó ningún problema para su traslado. En poco tiempo se encontraba sobre avenida Reforma y unos minutos más tarde tocaba el claxon al conserje del edificio de oficinas donde estaba la agencia de detectives. El vigilante abrió el portón de reja que daba acceso al estacionamiento subterráneo y Daniel Franco metió su coche al tiempo que saludaba con la palma de la mano izquierda, igual que cada día durante tantos años.
El estacionamiento estaba casi vacío y unos cuantos focos mal iluminaban el espacio. Daniel Franco estacionó su auto en el cajón de siempre y desde ahí vio el automóvil en el que se trasladaba William Baskerville, siempre en compañía de su chofer. Se dirigió al elevador preguntándose qué podía haber ocurrido para que tuviera que ir a la oficina a esa hora. Por su mente revoloteaba la idea de algún accidente, tal vez a Guillermo Baskerville, proyectando sus propios deseos, o algún otro hecho fortuito que implicara ir a hacer alguna diligencia urgente para su ex jefe y que por eso lo citaba ahí con esa premura. Con todo, Daniel Franco sentía admiración y afecto por Míster William, como lo llamaba, por todo lo que le había enseñado y por darle un oficio y trabajo durante toda su vida, por lo que siempre estaría a su disposición si se lo requería. Para él, ese hombre había sido como un mentor, paciente y amigable, que lo había guiado como lo hubiera hecho un padre. Daniel Franco era un hombre de lealtades firmes, sin dobleces ni truculencias y si a alguien le había dado su lealtad, ése era William Baskerville y éste lo sabía perfectamente. De hecho, era el único de los muy pocos detectives que, habiendo sido adiestrados directamente por el detective inglés, no se había independizado.
Todo el piso 16 del edificio pertenecía a “Baskerville y Asociados”. Al abrirse el elevador, lo primero que se veía era un muro de cristal con el logo de la agencia, una silueta estilizada de Sherlock Holmes, el cual estaba iluminado por un foco de neón empotrado en el plafón. El resto de las áreas, los cubículos, la sala de juntas, la recepción y demás, estaban apagados, excepto la oficina que había pertenecido a su ex jefe, al final del pasillo que se extendía a mano izquierda de Daniel Franco. Ambas luces, la de la oficina y la del logo, eran puntos que trazaban una oscura línea recta que caminó sin prisas, obviamente familiarizado como si fuera su propia casa. Al llegar al final del pasillo dobló a la derecha y en la puerta del privado se encontró con el chofer de William Baskerville.
- Detective Daniel Franco, es un placer saludarlo. – Le dijo el chofer extendiéndole la mano.
- Señor Joaquín, el gusto es mío. –Respondió el detective mientras apretaba su mano con aprecio. El chofer también llevaba muchos años de servicio, por lo que su amistad ya era añeja. Enseguida el chofer le abrió la puerta al tiempo que le hacía con la cabeza la seña de que pasara. En el cruce de miradas, Daniel Franco no pudo discernir nada que le adelantara de qué se trataba. Al entrar, escuchó cómo cerraban la puerta tras de sí.
El cuarto era una lujosa oficina rectangular con recubrimiento de madera en las paredes color caoba, igual que el librero que se encontraba atrás del escritorio del fondo. El ambiente estaba iluminado de modo desigual por luces de neón como la del logo: una sobre el escritorio, otra proyectando su haz sobre un cuadro en la pared y otro par sobre una mesa de centro que estaba a unos metros del escritorio, rodeada por sillones de piel. En el muro opuesto al del cuadro, una amplia persiana guardaba un vasto paisaje de la ciudad, oscureciendo esa parte de la oficina.
William Baskerville se encontraba sentado de espaldas a la puerta, en uno de los sillones de piel, encorvado como si dormitara. Al escuchar la cerradura, se levantó apoyándose en ambos brazos, que luego le extendió a Daniel Franco para saludarlo con un abrazo.
- Mi muy estimado amigo, qué gusto verte de nuevo. –Dijo William Baskerville con el viejo acento inglés que aún asomaba sobre un castellano perfecto. Daniel Franco lo miró con afecto, pero guardó silencio.
- Debes saber que te he extrañado al igual como he extrañado la agencia. –Mister William dejó pasar unos instantes, miró al vacío y añadió: - A quien más extraño es a Mercedes.
Fue inevitable para el detective concluir que míster William se veía distinto, lento, viejo definitivamente. Ya no tenía ese ímpetu con el que enfrentaba con interrogatorios a sus interlocutores, ni ese brillo inquisitorio en la mirada. La sonrisa sarcástica, esa mueca con la que presumía su superioridad intelectual sobre los demás, había desaparecido. Ahora tenía el gesto amargado de un hombre que se sentía solo. Su pelo había terminado por ser completamente blanco y estaba evidentemente más encorvado, dejando de ser ese impresionante detective inglés alto y delgado, de nariz aguileña, cara angulosa, pómulos sobresalientes y su eterna pipa en los labios, que parecía siempre dispuesto al interrogatorio, a la deducción, a la conclusión mental rápida y aguda. Vestía camisa de franela a cuadros, pantalón de vestir, suéter abierto de lana y mocasines, en contraste con los impecables trajes que siempre solía usar.
- Pero no vine a quejarme contigo viejo amigo, sino a decirte que tengo un caso para ti. –Dijo sin soltarlo aún de los hombros.
Impasible como era su costumbre, Daniel Franco apenas y arqueó una ceja, pero siguió pendiente de las palabras de su maestro.
- Es algo que deseo atiendas de inmediato. Un amigo mío de Inglaterra se ha comunicado conmigo solicitándome su ayuda y he decidido que tú te hagas cargo.
- Puede canalizarlo a la agencia como siempre míster William. –Respondió Daniel Franco.
- ¿Y que te quedes esperando un caso otra vez amigo mío? ¿Creías que no lo había adivinado, que no lo sabía? Conozco tus sueños Daniel– William Baskerville sonrió bondadosamente- No olvides quién soy, también se perfectamente lo que ocurre aquí, se lo que hace mi hijo Guillermo. No lo apruebo pero como comprenderás ya no me es fácil intervenir. A veces pienso que debí haberte dejado la agencia a ti, pues te considero un hijo tanto o más que el propio Guillermo. Si debo ser honesto conmigo mismo, no es lo que siempre pensé, resultó un idiota.
- Preferiría no opinar al respecto míster William. –Reviró Franco lacónico, sin dejarse sorprender por los resabios de sagacidad que aún mostraba su antiguo jefe.
- Lo sé, pero también sé que muy probablemente ésta sea la última oportunidad para ambos querido Daniel. Para mí de cumplir una promesa nunca dicha, pero siempre pendiente y para ti de cumplir una misión ¿No te parece? Deseo que te encargues de esto ¿Lo harás?
- Usted sabe que si míster William. – Dijo Daniel Franco sin traslucir ningún sentimiento, pero internamente emocionado –Dígame qué ocurre –continuó.
- Siéntate, siéntate por favor, conversemos.
En ese instante el chofer abrió la puerta y anunció la llegada de “su cita míster William”. Dos hombres entraron a la oficina obligando a los detectives a ponerse de nuevo de pie. Uno de ellos era un joven de no más de treinta años, vestía de traje y traía el pelo engomado. Tenía rostro de inocencia y al andar buscaba siempre un espacio a la derecha del otro, un tipo más alto que cualquiera de los otros tres, una montaña de humanidad de gesto fiero y ojos negros, canicas que recordaban la mirada de un tiburón, pero resaltada por una papada que empequeñecía a una quijada de por sí también grande. Vestía un traje visiblemente más fino que el del joven, con pisa corbatas de oro que remataba en una piedra roja igual a la de las mancuernillas. En su cuello, ancho como tronco de árbol, colgaba una gruesa medalla de oro y en cada mano, además de sendas esclavas, había vistosos anillos.
El joven, atinadamente, se dirigió a William Baskerville:
- Sr. Baskerville, mucho gusto, soy el intérprete del Sr. Víctor Kuzmanovski. Desde Inglaterra el Sr. Khan nos ha dicho que contactemos con usted y que ya le dio algunos antecedentes del problema que nos trae aquí.
Tan pronto como comenzó a responder William Baskerville, el joven traducía al oído del gigante, al que tenía que acercarse inclinando hacia arriba la cabeza y procurando un tono de voz bajo, pero audible.
- Así es, algo me ha dicho míster Khan, amigo de hace muchos años y por eso le he pedido al detective Daniel Franco que viniera, pues él se encargará de su asunto. Como podrán ver fácilmente, yo ya no estoy en condiciones de ayudarlos directamente – dijo al tiempo que abría los brazos como para mostrarse a sí mismo-. Pero sentémonos para conversar como es debido.
De las palabras del traductor, que alcanzó a escuchar del susurro al oído de Kuzmanovski, Daniel Franco concluyó que hablaban en algo parecido al alemán, polaco, húngaro o alguna lengua similar.
Kuzmanovski habló a su vez al oído de su intérprete para luego mirar fijamente a Franco con sus ojos de tiburón.
- Deseamos localizar a una persona de nombre Ethan Campbell. Teníamos una cita hoy al mediodía y no llegó. Iba a encontrarse con el señor Kuzmanovski en el hotel Nikko, donde nos hospedamos, y no apareció. Es imprescindible para nosotros localizarlo.
- ¿Daniel? – Dijo Míster William como autorizándolo a hablar para que preguntara lo pertinente.
- ¿Él vive aquí o también viene de Europa? – Preguntó Franco, asumiendo desde dónde viajaban sus interlocutores.
- El viene de los Estados Unidos – Contestó el joven después de traducir para su jefe y escuchar su respuesta, confirmando la suposición de Franco.
- ¿Saben dónde se hospeda? Tal vez sea tan simple como trasladarse a su hotel y preguntar por él.
- No lo sabemos. –Dijo el joven después de un nuevo intercambio de palabras- Sabemos que viene con mucha frecuencia con una mujer con la que tiene relación y que probablemente se hospede con ella.
- ¿Saben su nombre? – Preguntó Franco sin inmutarse, pero internamente algo impaciente por el trámite preguntar-traducir-responder-traducir que con cierta parsimonia hacía el joven intérprete y haciendo de la conversación un proceso bastante lento.
Víctor Kuzmanovski sacó un teléfono inteligente y con un dedo comenzó a pulsar en la pantalla táctil. En sus grandes y gordas manos, el aparato daba cuenta de su existencia por la luz que desprendía, dando la impresión de que era su propia mano la que brillaba. Después de unos cuantos garabateos con la punta de su dedo, Kuzmanovski le mostró la pantalla a su intérprete y éste contestó:
- Julieta Díaz, Julieta Díaz Elizarrarás. Debe tener más o menos la edad de Ethan Campbell, algo menos de treinta años. Por lo que sabemos, si la encuentra a ella, encontraremos a Campbell con seguridad. Le adelanto que solo tenemos ese nombre, no un domicilio.
- Algo más –Dijo Franco- ¿Es posible saber el motivo de su encuentro? –Para sus adentros, Franco se preguntaba si ese enorme sujeto, de vestir ostentoso y en apariencia implacable para sus fines, no estaría buscando cobrar una deuda tal que obligara a Ethan Campbell a esconderse en México, lo que complicaría las cosas, pues en dicho caso no sería tan sencillo encontrarlo. Sin embargo, la respuesta que obtuvo no le dio elementos para saber si se equivocaba o no.
- Dice el Sr. Kuzmanovski que eso no es de su incumbencia, que él solo le pide que localice a Julieta Díaz para encontrar a Ethan Campbell, es todo.
- Perdone que insista –respondió Franco frunciendo un poco más el ceño-, tal vez hice mal el planteamiento, lo que quiero saber es si Ethan Campbell tuviera alguna razón para no acudir a la cita.
- Ninguna –respondió el traductor tras un instante, titubeó un segundo y añadió, aparentemente por su cuenta- por lo demás, como ya dijo el señor Kuzmanovski, no es de su incumbencia.
Daniel Franco brincó la vista del intérprete hacia Kuzmanovski y se encontró con un gesto hostil en una mirada sin brillo. Volteó a ver a su mentor y maestro y éste afirmó con la cabeza acompañando el movimiento con un lento pestañear, era evidente que se sentía cansado.
- ¿Qué es lo primero que vas a hacer querido amigo? –Dijo William Baskerville.
- Buscar el nombre de esa mujer en el sistema, en el registro federal de electores. Si no resulta, usaré el método habitual de localización –Respondió el detective-
- ¡Qué útiles nos son nuestros contactos en la política! ¿No te parece querido Daniel?
- Así es míster William.
Los cuatro hombres se despidieron no antes de anotar la habitación del hotel donde se hallaban Kuzmanovski y su ayudante e intercambiar números telefónicos del hotel y celulares.
Minutos más tarde, mientras William Baskerville se marchaba, Daniel Franco encendía la computadora de su pequeño privado para hacer una consulta a la base de datos del Registro Federal de Electores que Baskerville había obtenido extraoficialmente de un amigo del gobierno. Para fortuna de Franco, solo había una Julieta Díaz Elizarrarás en la ciudad de México y además coincidía con la edad de la mujer que estaba buscando.
Tomó su teléfono celular y marcó al de su esposa.
- Nada serio querida, voy de regreso.
Al día siguiente iría a dicho domicilio y, lamentablemente –pensaba Franco-, a eso se reduciría su examen de graduación como detective, aunque tuviera un sinodal tan extravagante como Kuzmanovski.
La Contraseña V
- Querida ¿cómo te fue hoy?
- Bien amor, bien. Me entretuve unos minutos hablando con la madre de un niño que suspendí tres días. Según las nuevas normas, ya no se puede más, merecía un mes.
- Desventajas de ser la directora querida –respondió Franco afectuosamente.
- Así es ¿Cenamos de una vez?
- Cuando digas. -contestó Daniel Franco.
La esposa del detective no había dado dos pasos hacia la cocina cuando sonó el teléfono. Se desvió al esquinero donde estaba el aparato. “Esa es una de mis hijas”, dijo al tiempo que tomaba la llamada. Daniel Franco, sin contestar, se arrellanaba en el sillón para intentar leer un par de párrafos más de una novela de Ken Follet antes de que tuviera que pararse a la mesa. Sin embargo, no había logrado retomar la lectura cuando la respuesta de su esposa al aparato lo hizo enderezarse de súbito en su asiento.
- Mister William, qué gusto saludarlo –dijo Estela-. ¿Cómo ha estado? Muy bien, gracias ¿Daniel? Sí, por supuesto, enseguida lo comunico.
No había colocado aún la bocina sobre el mueble cuando Daniel Franco ya estaba junto a ella extendiendo la mano para tomar la llamada.
- Tranquilo amor, es tu jefe, lo más seguro para saludarte.
- Ex jefe Estela –dijo en voz baja y tapando con una mano la bocina-.
- ¿Crees que esté pasando algo malo? – Preguntó mientras abría los ojos con sorpresa al ver el gesto de preocupación de su esposo.
- Ya veremos –contestó el detective mientras calculaba que era ya más de un año que no había vuelto a hablar con él desde que se retiró, por lo que sólo algo muy especial podía haber motivado la llamada.
- Mister William ¿Está usted bien?... Yo estoy muy bien, muchas gracias…. Estela también señor, gracias. ¿Ahora mismo? Desde luego, voy para allá señor. Así es, llego en menos de una hora.
Colgó el teléfono y miró a su esposa más intrigado que preocupado. William Baskerville quería verlo en la agencia en ese mismo instante, por lo que fue a quitarse el pijama de franela que ya tenía, se vistió con la misma ropa que usó durante el día, tomó su típica chamarra de piel del respaldo de una silla y se dispuso a sacar su auto del garaje.
- Vuelvo lo antes posible –dijo mientras descubría que su esposa lo miraba realmente preocupada, pues muy rara vez su trabajo lo obligaba a salir de su casa de noche sin estar previamente agendado.
- Espero que no esté pasando nada serio Daniel, cuídate mucho.
- Duérmete, regreso pronto. –Contestó el detective.
- Me hablas si no es así. –Le reconvino ella.
Pasaban de las diez de la noche y aunque las calles no estaban desiertas, el tráfico no representó ningún problema para su traslado. En poco tiempo se encontraba sobre avenida Reforma y unos minutos más tarde tocaba el claxon al conserje del edificio de oficinas donde estaba la agencia de detectives. El vigilante abrió el portón de reja que daba acceso al estacionamiento subterráneo y Daniel Franco metió su coche al tiempo que saludaba con la palma de la mano izquierda, igual que cada día durante tantos años.
El estacionamiento estaba casi vacío y unos cuantos focos mal iluminaban el espacio. Daniel Franco estacionó su auto en el cajón de siempre y desde ahí vio el automóvil en el que se trasladaba William Baskerville, siempre en compañía de su chofer. Se dirigió al elevador preguntándose qué podía haber ocurrido para que tuviera que ir a la oficina a esa hora. Por su mente revoloteaba la idea de algún accidente, tal vez a Guillermo Baskerville, proyectando sus propios deseos, o algún otro hecho fortuito que implicara ir a hacer alguna diligencia urgente para su ex jefe y que por eso lo citaba ahí con esa premura. Con todo, Daniel Franco sentía admiración y afecto por Míster William, como lo llamaba, por todo lo que le había enseñado y por darle un oficio y trabajo durante toda su vida, por lo que siempre estaría a su disposición si se lo requería. Para él, ese hombre había sido como un mentor, paciente y amigable, que lo había guiado como lo hubiera hecho un padre. Daniel Franco era un hombre de lealtades firmes, sin dobleces ni truculencias y si a alguien le había dado su lealtad, ése era William Baskerville y éste lo sabía perfectamente. De hecho, era el único de los muy pocos detectives que, habiendo sido adiestrados directamente por el detective inglés, no se había independizado.
Todo el piso 16 del edificio pertenecía a “Baskerville y Asociados”. Al abrirse el elevador, lo primero que se veía era un muro de cristal con el logo de la agencia, una silueta estilizada de Sherlock Holmes, el cual estaba iluminado por un foco de neón empotrado en el plafón. El resto de las áreas, los cubículos, la sala de juntas, la recepción y demás, estaban apagados, excepto la oficina que había pertenecido a su ex jefe, al final del pasillo que se extendía a mano izquierda de Daniel Franco. Ambas luces, la de la oficina y la del logo, eran puntos que trazaban una oscura línea recta que caminó sin prisas, obviamente familiarizado como si fuera su propia casa. Al llegar al final del pasillo dobló a la derecha y en la puerta del privado se encontró con el chofer de William Baskerville.
- Detective Daniel Franco, es un placer saludarlo. – Le dijo el chofer extendiéndole la mano.
- Señor Joaquín, el gusto es mío. –Respondió el detective mientras apretaba su mano con aprecio. El chofer también llevaba muchos años de servicio, por lo que su amistad ya era añeja. Enseguida el chofer le abrió la puerta al tiempo que le hacía con la cabeza la seña de que pasara. En el cruce de miradas, Daniel Franco no pudo discernir nada que le adelantara de qué se trataba. Al entrar, escuchó cómo cerraban la puerta tras de sí.
El cuarto era una lujosa oficina rectangular con recubrimiento de madera en las paredes color caoba, igual que el librero que se encontraba atrás del escritorio del fondo. El ambiente estaba iluminado de modo desigual por luces de neón como la del logo: una sobre el escritorio, otra proyectando su haz sobre un cuadro en la pared y otro par sobre una mesa de centro que estaba a unos metros del escritorio, rodeada por sillones de piel. En el muro opuesto al del cuadro, una amplia persiana guardaba un vasto paisaje de la ciudad, oscureciendo esa parte de la oficina.
William Baskerville se encontraba sentado de espaldas a la puerta, en uno de los sillones de piel, encorvado como si dormitara. Al escuchar la cerradura, se levantó apoyándose en ambos brazos, que luego le extendió a Daniel Franco para saludarlo con un abrazo.
- Mi muy estimado amigo, qué gusto verte de nuevo. –Dijo William Baskerville con el viejo acento inglés que aún asomaba sobre un castellano perfecto. Daniel Franco lo miró con afecto, pero guardó silencio.
- Debes saber que te he extrañado al igual como he extrañado la agencia. –Mister William dejó pasar unos instantes, miró al vacío y añadió: - A quien más extraño es a Mercedes.
Fue inevitable para el detective concluir que míster William se veía distinto, lento, viejo definitivamente. Ya no tenía ese ímpetu con el que enfrentaba con interrogatorios a sus interlocutores, ni ese brillo inquisitorio en la mirada. La sonrisa sarcástica, esa mueca con la que presumía su superioridad intelectual sobre los demás, había desaparecido. Ahora tenía el gesto amargado de un hombre que se sentía solo. Su pelo había terminado por ser completamente blanco y estaba evidentemente más encorvado, dejando de ser ese impresionante detective inglés alto y delgado, de nariz aguileña, cara angulosa, pómulos sobresalientes y su eterna pipa en los labios, que parecía siempre dispuesto al interrogatorio, a la deducción, a la conclusión mental rápida y aguda. Vestía camisa de franela a cuadros, pantalón de vestir, suéter abierto de lana y mocasines, en contraste con los impecables trajes que siempre solía usar.
- Pero no vine a quejarme contigo viejo amigo, sino a decirte que tengo un caso para ti. –Dijo sin soltarlo aún de los hombros.
Impasible como era su costumbre, Daniel Franco apenas y arqueó una ceja, pero siguió pendiente de las palabras de su maestro.
- Es algo que deseo atiendas de inmediato. Un amigo mío de Inglaterra se ha comunicado conmigo solicitándome su ayuda y he decidido que tú te hagas cargo.
- Puede canalizarlo a la agencia como siempre míster William. –Respondió Daniel Franco.
- ¿Y que te quedes esperando un caso otra vez amigo mío? ¿Creías que no lo había adivinado, que no lo sabía? Conozco tus sueños Daniel– William Baskerville sonrió bondadosamente- No olvides quién soy, también se perfectamente lo que ocurre aquí, se lo que hace mi hijo Guillermo. No lo apruebo pero como comprenderás ya no me es fácil intervenir. A veces pienso que debí haberte dejado la agencia a ti, pues te considero un hijo tanto o más que el propio Guillermo. Si debo ser honesto conmigo mismo, no es lo que siempre pensé, resultó un idiota.
- Preferiría no opinar al respecto míster William. –Reviró Franco lacónico, sin dejarse sorprender por los resabios de sagacidad que aún mostraba su antiguo jefe.
- Lo sé, pero también sé que muy probablemente ésta sea la última oportunidad para ambos querido Daniel. Para mí de cumplir una promesa nunca dicha, pero siempre pendiente y para ti de cumplir una misión ¿No te parece? Deseo que te encargues de esto ¿Lo harás?
- Usted sabe que si míster William. – Dijo Daniel Franco sin traslucir ningún sentimiento, pero internamente emocionado –Dígame qué ocurre –continuó.
- Siéntate, siéntate por favor, conversemos.
En ese instante el chofer abrió la puerta y anunció la llegada de “su cita míster William”. Dos hombres entraron a la oficina obligando a los detectives a ponerse de nuevo de pie. Uno de ellos era un joven de no más de treinta años, vestía de traje y traía el pelo engomado. Tenía rostro de inocencia y al andar buscaba siempre un espacio a la derecha del otro, un tipo más alto que cualquiera de los otros tres, una montaña de humanidad de gesto fiero y ojos negros, canicas que recordaban la mirada de un tiburón, pero resaltada por una papada que empequeñecía a una quijada de por sí también grande. Vestía un traje visiblemente más fino que el del joven, con pisa corbatas de oro que remataba en una piedra roja igual a la de las mancuernillas. En su cuello, ancho como tronco de árbol, colgaba una gruesa medalla de oro y en cada mano, además de sendas esclavas, había vistosos anillos.
El joven, atinadamente, se dirigió a William Baskerville:
- Sr. Baskerville, mucho gusto, soy el intérprete del Sr. Víctor Kuzmanovski. Desde Inglaterra el Sr. Khan nos ha dicho que contactemos con usted y que ya le dio algunos antecedentes del problema que nos trae aquí.
Tan pronto como comenzó a responder William Baskerville, el joven traducía al oído del gigante, al que tenía que acercarse inclinando hacia arriba la cabeza y procurando un tono de voz bajo, pero audible.
- Así es, algo me ha dicho míster Khan, amigo de hace muchos años y por eso le he pedido al detective Daniel Franco que viniera, pues él se encargará de su asunto. Como podrán ver fácilmente, yo ya no estoy en condiciones de ayudarlos directamente – dijo al tiempo que abría los brazos como para mostrarse a sí mismo-. Pero sentémonos para conversar como es debido.
De las palabras del traductor, que alcanzó a escuchar del susurro al oído de Kuzmanovski, Daniel Franco concluyó que hablaban en algo parecido al alemán, polaco, húngaro o alguna lengua similar.
Kuzmanovski habló a su vez al oído de su intérprete para luego mirar fijamente a Franco con sus ojos de tiburón.
- Deseamos localizar a una persona de nombre Ethan Campbell. Teníamos una cita hoy al mediodía y no llegó. Iba a encontrarse con el señor Kuzmanovski en el hotel Nikko, donde nos hospedamos, y no apareció. Es imprescindible para nosotros localizarlo.
- ¿Daniel? – Dijo Míster William como autorizándolo a hablar para que preguntara lo pertinente.
- ¿Él vive aquí o también viene de Europa? – Preguntó Franco, asumiendo desde dónde viajaban sus interlocutores.
- El viene de los Estados Unidos – Contestó el joven después de traducir para su jefe y escuchar su respuesta, confirmando la suposición de Franco.
- ¿Saben dónde se hospeda? Tal vez sea tan simple como trasladarse a su hotel y preguntar por él.
- No lo sabemos. –Dijo el joven después de un nuevo intercambio de palabras- Sabemos que viene con mucha frecuencia con una mujer con la que tiene relación y que probablemente se hospede con ella.
- ¿Saben su nombre? – Preguntó Franco sin inmutarse, pero internamente algo impaciente por el trámite preguntar-traducir-responder-traducir que con cierta parsimonia hacía el joven intérprete y haciendo de la conversación un proceso bastante lento.
Víctor Kuzmanovski sacó un teléfono inteligente y con un dedo comenzó a pulsar en la pantalla táctil. En sus grandes y gordas manos, el aparato daba cuenta de su existencia por la luz que desprendía, dando la impresión de que era su propia mano la que brillaba. Después de unos cuantos garabateos con la punta de su dedo, Kuzmanovski le mostró la pantalla a su intérprete y éste contestó:
- Julieta Díaz, Julieta Díaz Elizarrarás. Debe tener más o menos la edad de Ethan Campbell, algo menos de treinta años. Por lo que sabemos, si la encuentra a ella, encontraremos a Campbell con seguridad. Le adelanto que solo tenemos ese nombre, no un domicilio.
- Algo más –Dijo Franco- ¿Es posible saber el motivo de su encuentro? –Para sus adentros, Franco se preguntaba si ese enorme sujeto, de vestir ostentoso y en apariencia implacable para sus fines, no estaría buscando cobrar una deuda tal que obligara a Ethan Campbell a esconderse en México, lo que complicaría las cosas, pues en dicho caso no sería tan sencillo encontrarlo. Sin embargo, la respuesta que obtuvo no le dio elementos para saber si se equivocaba o no.
- Dice el Sr. Kuzmanovski que eso no es de su incumbencia, que él solo le pide que localice a Julieta Díaz para encontrar a Ethan Campbell, es todo.
- Perdone que insista –respondió Franco frunciendo un poco más el ceño-, tal vez hice mal el planteamiento, lo que quiero saber es si Ethan Campbell tuviera alguna razón para no acudir a la cita.
- Ninguna –respondió el traductor tras un instante, titubeó un segundo y añadió, aparentemente por su cuenta- por lo demás, como ya dijo el señor Kuzmanovski, no es de su incumbencia.
Daniel Franco brincó la vista del intérprete hacia Kuzmanovski y se encontró con un gesto hostil en una mirada sin brillo. Volteó a ver a su mentor y maestro y éste afirmó con la cabeza acompañando el movimiento con un lento pestañear, era evidente que se sentía cansado.
- ¿Qué es lo primero que vas a hacer querido amigo? –Dijo William Baskerville.
- Buscar el nombre de esa mujer en el sistema, en el registro federal de electores. Si no resulta, usaré el método habitual de localización –Respondió el detective-
- ¡Qué útiles nos son nuestros contactos en la política! ¿No te parece querido Daniel?
- Así es míster William.
Los cuatro hombres se despidieron no antes de anotar la habitación del hotel donde se hallaban Kuzmanovski y su ayudante e intercambiar números telefónicos del hotel y celulares.
Minutos más tarde, mientras William Baskerville se marchaba, Daniel Franco encendía la computadora de su pequeño privado para hacer una consulta a la base de datos del Registro Federal de Electores que Baskerville había obtenido extraoficialmente de un amigo del gobierno. Para fortuna de Franco, solo había una Julieta Díaz Elizarrarás en la ciudad de México y además coincidía con la edad de la mujer que estaba buscando.
Tomó su teléfono celular y marcó al de su esposa.
- Nada serio querida, voy de regreso.
Al día siguiente iría a dicho domicilio y, lamentablemente –pensaba Franco-, a eso se reduciría su examen de graduación como detective, aunque tuviera un sinodal tan extravagante como Kuzmanovski.
La Contraseña V
4 comentarios:
"...consulta a la base de datos del Registro Federal de Electores que Baskerville había obtenido extraoficialmente de un amigo del gobierno"...pa mi que fue el cuate del Renaut. ¿Cómo se llama Bro?...ah si! Héctor Osuna!
Si le buscamos, las relaciones de William Baskerville son muchas, je,je,je....
Ya ves cómo está el asunto con las bases de datos. Cuando escribí esto sólo estaba la nota ésta de que habían vendido la base de datos a la empresa norteamerica ésta ViewPoint, creo que se llama. Años después supimos que éstas y otras bases de datos las venden hasta en Tepito.
Están pensando seriamente en poner oficinas del IFAI en Tepito Bro. "Porque antes no sabíamos a donde iban a parar nuestros datos"
Saludotes
Pst....pst...Bro...la quinta parte, ya urge...no te hagas!
Publicar un comentario