sábado, 20 de noviembre de 2010

La Contraseña IX


Primera parte

Al llegar al estacionamiento, Daniel Franco se quedó inmóvil a un lado de su auto. Se sentía abrumado. A la desazón que lo embargaba desde hacía varias horas se añadía ahora la incertidumbre sobre su propio futuro económico. Acababa de cambiar la estabilidad de su trabajo e ingresos, en la etapa final de su vida laboral, por un caso extraño que bien podría no tener más destino que informar sobre la muerte de Campbell. Mala decisión sin duda, pero ¿realmente tuvo la posibilidad de decidir sobre aceptar o no el caso? Como fuera, el enfrentamiento con Guillermo Baskerville lo dejaba ahora ante la inédita situación de estar desempleado, por lo cual estaba particularmente arrepentido por coronar el pleito con ese pequeño, pero absolutamente innecesario, acto de arrogancia, cuyas consecuencias comenzaban a preocuparle. Era obvio que su única solución a la mano era continuar con el caso hasta el final y esperar a que los demás efectos los arreglara, si aún le era posible, míster William.

La idea original de Franco era llegar a la agencia y desde su privado enviar un correo electrónico a Julieta Díaz para contactarla con la dirección que le había dado la jovencita del edificio. Deseaba obtener la mayor información posible antes de hablar de nuevo con Kuzmanovski, pero después de que tuvo que salir de la agencia, un nuevo problema se le presentaba. Hacía algunos años Daniel Franco había recibido algunos cursos para aprovechar la red informática de la agencia cuando la instalaron. Y pese a su edad se había adaptado aunque fuera mínimamente a la nueva tecnología. Había una base de datos de clientes con accesos restringidos según el caso y el detective encargado, en donde cada uno debía capturar los reportes correspondientes; también estaba la base de datos de electores que Franco había usado la noche anterior. Además, los detectives debían tener los conocimientos básicos para escribir documentos en el procesador de palabras e incluso consultar Internet y saber enviar y recibir correos electrónicos en Outlook. Pero en varios de esos terrenos Daniel Franco a veces se movía por instinto, más que con conocimiento pleno de las herramientas de la computadora y con mucha frecuencia tenía que auxiliarlo el muchacho de soporte técnico que trabajaba ahí. Por lo que Daniel Franco ignoraba si podría enviar un correo electrónico fuera de la agencia. No se sentía lo suficientemente seguro como para meterse a un café Internet y mandar el mensaje. Requería de ayuda en ese terreno y si era de confianza mejor, pues también sabía de oídas que no todo lo que se hacía en Internet estaba libre de indiscreciones. Repasó mentalmente la posible ayuda a la mano mientras se subía a su coche y salía de la agencia. Avanzó un par de cuadras y se estacionó al tiempo que sacaba su celular y marcaba a su esposa.

- Estela, habla Daniel.

- ¡Amor! –Respondió ella. Se encontraba en su escritorio firmando oficios en su calidad de directora de una escuela secundaria. -¿Pasa algo? ¿Estás bien?

- Bien, querida, bien –mintió Franco- ocurre que hay un problema en la oficina…. Un problema técnico. Reventó la red de computadoras y ahora hay algo que debo resolver.

- ¿Reventó la red de computadoras? ¿Explotó algo? ¿Qué problema?

- Bueno, verás, no sé… –titubeó el detective- “reventó” es un modo de decir, es que no sé qué pasó. El problema es que necesito enviar un correo electrónico ahora y quiero saber si puedo utilizar alguna computadora de tu escuela para eso.

- Claro amor, por supuesto. –Respondió Estela-

- ¿Puedo usar la computadora de tu oficina?

- Bueno, directamente en mi oficina no hay Internet. Lo mandé quitar, las secretarias de Dirección y de Servicios Escolares que tengo aquí afuera lo usaban sólo para chatear y yo realmente no lo necesito, todo lo solicito al taller de cómputo cuando es de bajar o consultar algo. Por eso dejé Internet sólo en la sala de maestros y en el taller de cómputo. Es algo lento, pero lo prefiero así.

- ¿Y entonces qué computadora puedo usar?

- La que quieras cariño, de la sala de maestros o del taller, como quieras, tú ven a la escuela y ya está.

- Está bien Estela, voy para allá –respondió Daniel Franco- pero necesito que alguien me ayude a enviar el correo ¿se puede?

- Por supuesto que sí Daniel, será toda una novedad que vengas para acá. Yo le digo al maestro de taller de computación que te eche una mano con lo que quieras.

En efecto, Daniel Franco no solía ir al trabajo de su esposa, menos aún si estaba atendiendo algún caso. Sin embargo, recordó que había algunos detalles que no podía dejar pasar.

- Estela, pero sí debo decirte que sólo necesito que el maestro me auxilie en enviar un mensaje, pero no debe conocer el contenido. Es más, si algo queda en la computadora, debe borrarse completamente.

- Uuuuyy, cariño, cuánto misterio. –Bromeó su esposa- Pero la pones algo difícil ¿No? ¿Cómo te van a ayudar sin ver? Me parece un poco absurdo. No sé si luego le tengan que borrar algo a la computadora o qué quieras que hagan, pero me parece que así no va a ser posible.

Cuando Daniel Franco hablaba con su esposa, suavizaba ligeramente su tono de voz, expresándole afecto. Pero al escuchar eso lo devolvió al tono habitual del detective.

- No es opción para mí correr riesgos con la información de un caso Estela, compréndelo.

- Entonces usa alguna computadora de alguien de confianza Daniel, las de la escuela son públicas y mucha gente mete mano en ellas y no sé si tuvieras riesgos con tu información. Si tuviéramos computadora en la casa tendrías el problema resuelto, pero no hemos comprado desde que Sofía se casó y se llevó su portátil.

Entonces Franco recordó a su hija Sofía. En efecto, ella usaba computadora e Internet. Fue la última de sus dos hijas en casarse, tal vez ella pudiera ayudarlo.

- ¿Y si voy a casa de Sofía querida? Supongo que aún tiene su computadora.

- De tener la tiene Daniel, por supuesto. Pero ella aún no llega a su casa. Recuerda que a esta hora aún no sale de trabajar. Y Guadalupe –dijo refiriéndose a su otra hija- está igual, ahorita no la encuentras. Háblales al celular, a ver a qué hora llegan.

- No, me temo que no –respondió Franco- lo necesito ahora, antes de que se haga más tarde. Además, ando por la agencia y ambas viven lejos de aquí.

- Entonces ve con Carlos –dijo su esposa simulando naturalidad- él sí puede ayudarte.

- ¿Carlos? –dijo al teléfono Daniel Franco, sorprendido por la propuesta-

- Sí, sí amor Caaaaaaaarlos –respondió Estela con tono de reproche-. Si alguien puede ayudarte es él, ésa es precisamente su área, como espero recuerdes. Sabe hacer las cosas y te puedo asegurar que es de toda la confianza que quieras, aunque tú no confíes en él. ¿Ya se te olvidó tu hijo o qué te ocurre?

- No, por supuesto que no –contestó lentamente Daniel Franco-, lo que ocurre es que tengo mis dudas que acepte ayudarme.

- Te ayudará amor, te ayudará, no temas por eso.

- No es sólo eso, ni siquiera sé dónde vive –dijo Franco sin ocultar su pena y repentina tristeza.

- Pues vive muy cerca de ahí cariño, vive en un departamento en la colonia Roma. Es más, déjame hablarle primero. Te marco en cinco minutos y te doy bien su dirección. Yo sé llegar, pero se me vaya a olvidar algún dato. Le aviso que vas a ir y que necesitas que te ayude. ¿O quieres que te de su número y le marcas tú?

- No, Estela, espera, debe haber otra opción, hay que revisar…

- Amor, reconócelo, no tienes opciones.

Daniel Franco se sentía confundido. Recibir ayuda en ese momento de Carlos, a pesar de lo ocurrido, era conceder que se había equivocado, lo cual no era nada improbable, por lo que antes de recibirla, lo primero que tenía que hacer era pedir perdón, reconciliarse con su propio hijo, dejar actitudes de falso orgullo. De algún modo, Daniel Franco descubría que este caso le estaba resultando muy caro en diversos sentidos. Primero, lo había hecho sentir, como nunca antes, serias dudas sobre su auténtica capacidad como detective, luego vinieron diversas aprehensiones sobre los riesgos personales que se pueden correr, luego había perdido su empleo y ahora debía enfrentar una faceta de su vida que lo incomodaba. Tenía que hacer cara a un pendiente familiar, dar un pequeño paso de reconciliación, que siempre le posponía a su esposa con cualquier pretexto, pero ahora pagando una alta cuota de orgullo y si esto fuera poco, además, parado en la posición más incómoda posible: pidiendo ayuda. Daniel Franco tenía que evitar dar ese paso, postergarlo de nuevo. Si algo no tenía en este momento era el ánimo de hacer algo que, de por sí, difícilmente había querido hacer en los años previos.

- No, Estela, no le hables, se va a negar –insistió procurando dar convicción a sus palabras-

Estela en cambio, sabía que éste era el momento, tenía que presionar. Ya casi había desistido de pedirle a su esposo que se reconciliara con Carlos y tocaban cada vez menos el tema. Amaba a ambos y éste era un asunto cuya solución había buscado largamente. Conocía bien a su hijo, pues mantenía una estrecha y constante comunicación con él, por lo que sabía de antemano su respuesta, pero con Daniel Franco todo era imposible. Con su esposo no valían escenas de disgusto o reproches, él se mantenía inmutable. Sin embargo, ante la constante insistencia de Estela en los meses después del rompimiento entre padre e hijo, las más de las veces con ánimo conciliador, más que conflictivo, él había terminado por reconocer que tal vez se había excedido. Aun así exigía que fuera Carlos quien diera signos de quererse reconciliar y, por tanto, quien se disculpara y entonces todo se le atoraba a Estela, pues en ese punto Carlos tampoco cedía, bajo la premisa de que él tenía razón. Por tanto, ahora todo consistía en aprovechar esta coyuntura de su esposo, este momento de debilidad que, tal vez, lo obligaría a ceder. Por los cálculos mentales que ella también hacía, tal vez no tendría otra ocasión de doblar al tozudo de Daniel Franco a hablar con su propio hijo, el ingeniero Carlos Franco.

- Qué se va a negar, ni que el regazo de la tía Meche Daniel, se nota que no lo conoces. ¿Cuántos años tiene que no lo ves? Según yo va para cuatro. Voy a hablar rápido con él, te marco en cinco minutos mi amor.

Estela colgó sin darle oportunidad de decir más para, en efecto, comunicarse con su esposo pocos minutos después.

- Anota la dirección, te espera en su departamento.

- Estela, te adelanto que no voy a disculparme con Carlos. –dijo Daniel Franco en un intento por establecer nuevas condiciones-

- No espera que lo hagas cariño –respondió Estela seriamente, sin matices en la voz-, anota ya.

Daniel Franco sacó la libreta que siempre cargaba en la chamarra y anotó la dirección, se despidió de su esposa y colgó. Después arrancó su auto mientras daba un profundo suspiro.

La Contraseña X

2 comentarios:

El Agus dijo...

Ya hace falta una escena de acción Bro, el público siempre agradece los madrazos y la sangre en las historias.

Un abrazo.

cosmos02 dijo...

Je,je,je... O suspenso, como en la siguiente parte....

Un abrazo