viernes, 3 de diciembre de 2010

La Contraseña XII

[Por Cosmos02]

Por si te perdiste las partes anteriores
La Contraseña I
La Contraseña II
La Contraseña III
La Contraseña IV
La Contraseña V
La Contraseña VI
La Contraseña VII
La Contraseña VIII
La Contraseña IX
La Contraseña X
La Contraseña XI


IV


Cuarta Parte

El teletrabajo tiene sus ventajas y desventajas y dadas éstas últimas, no es posible asignarle a un empleado el privilegio de realizar sus labores desde su domicilio de buenas a primeras. Digamos que llegar al teletrabajo es el premio de subir de nivel. En mi caso, tuve que ir cubriendo paulatinamente varios requisitos. Para ello, fue necesario conocer en detalle la dinámica de la empresa y todos sus procedimientos. Como se trata de una compañía que vende servicios informáticos corporativos de muy diverso tipo, desde desarrollo de aplicaciones cliente-servidor, hasta hospedaje de páginas web, pasando por procesos de administración y análisis de bases de datos y capacitación al personal de los clientes, yo podía llegar a especializarme en algún área, pero debía conocerlas todas. Eso me llevó al menos los dos primeros años de mi nuevo empleo. Luego tenía que demostrar iniciativa propia, disciplina y un alto nivel de autoestima para conseguir los objetivos de los distintos proyectos sin necesidad de que alguien estuviera acicateándome permanentemente. También fue necesario mostrar constancia en el largo plazo, autocontrol para una eficiente administración del tiempo, capacidad de análisis para resolver problemas de primera mano sin esperar decisiones superiores y, sobre todo, un enorme compromiso con la empresa para mantener comunicación fluida con ellos sin ir personalmente.

Según los exámenes psicológicos a los que me sometieron, fui de los primeros candidatos para el nuevo proyecto de teletrabajo de la empresa y en lo que a mí respecta, las cosas salieron muy bien: voy una vez cada quince días a la oficina para reuniones de evaluación, a veces menos. En mi casa cumplo con mi trabajo en pocas horas al día, empezando siempre temprano, nunca me atraso en mis proyectos y mis jefes están felices. Dejé de sufrir el tráfico nuestro de cada día, me alimento sanamente en mi propio departamento, lo que también me permite gastar menos en comida, puedo dedicarle tiempo a mis aficiones con mucha flexibilidad, como ir al cine o tocar la guitarra y hasta decidir si me baño o no cada mañana. A la larga, algunas reglas se relajan. El teletrabajo no me obliga a cuidar tanto mi presentación. Yo no tengo videoconferencias con los clientes. Y aun cuando las hubiera, puedo ponerme sólo una camisa limpia, lo demás no importa, de la cintura para abajo puedo estar en calzones, aunque durante la videoconferencia hay que evitar levantarse. Por eso mi última corbata debe estar pudriéndose en el fondo de algún cajón del ropero.

En contrapartida, soy yo quien tiene que pagar por todo el equipo que uso. Finalmente las dos computadoras que tengo en el estudio son mías, igual que mi notebook, así como diversos accesorios para conectarme, almacenar información, etcétera. Cada año dedico cierta parte de mis ingresos a comprar equipo, por una causa u otra. Tampoco me pagan la conexión de banda ancha de Internet, pero eso sí, me piden que sea la más rápida disponible en el mercado. Pero no me quejo, me gusta despertar en mi cueva y trabajar ahí mismo. Por eso me gusta también vivir en la colonia Roma. Todo lo que necesito está a la mano. Una cuadra al sur está la tintorería, dos al este servicio médico, una cuadra más por ahí mismo, un local que vende comida para llevar. Todo parece acomodado alrededor de mí: cafés, teatros, antros, bares, librerías, parques, cines y un largo etcétera que me gusta mucho. Por eso ni auto tengo.

Ese día había sido particularmente provechoso en mis actividades. Todos mis pendientes estaban resueltos antes del mediodía, después le dediqué un buen rato a divertirme con mi consola de video juegos conquistando planetas plagados de monstruos, vi si había alguna novedad con mis amigos en mi Facebook y luego me disponía a añadir un post en mi blog personal antes de comer, pero para eso recorría primero mis blogs favoritos. Hay una docena de blogs a los que soy asiduo, pero no me gusta añadir ningún tema al mío si alguno lo está tratando simultáneamente. Aunque, en realidad, muchos los usan para ir narrando sus experiencias cotidianas, yo prefiero tener mi blog para discutir la vida nacional e internacional, para criticar, sentir que expongo mi punto de vista ante las cosas y que hay quién las lee. Hay un grupo de amigos blogueros que me sigue y yo les correspondo, leyéndolos también. Precisamente estaba muy divertido con “El tianguis bloguero” cuando sonó mi teléfono celular, era mi madre.

- Carlos, hijo ¿cómo estás? ¿Todo bien?

- Bien mamá ¿y tú? ¿también estás bien?

- Si Carlos, te hablo para pedirte un favor enorme de los que no te puedes negar.

- Claro má, tú dime ¿qué necesitas?

- Que ayudes a tu padre a enviar un correo electrónico.

- ¿Qué? ¿A quién? ¿A él? ¿A qué?

- Que lo ayudes a enviar un correo electrónico, como escuchaste. Dice que se descompusieron las computadoras en su oficina, o algo por el estilo, y necesita enviar un correo. Él no puede solo y quiere que sea además con alguien de confianza y para mí ése de confianza eres tú.

- ¿Por qué no lo ayuda alguna de mis hermanas?

- Por la premura de tiempo, pero también, hijo, no te hagas, porque quiero que lo ayudes tú, te dije que esto ocurriría un día.

- Está bien, está bien… ¿Dónde lo veo?

- Lo voy a mandar a tu departamento, por supuesto.

- ¿Va a venir aquí?

- Sí, está en su oficina, creo, por lo que en unos diez o quince minutos llegaría contigo. Si estás de acuerdo, claro.

- Pues sí, lo ayudo. ¿Ya se va a disculpar conmigo? Digo, si viene a pedirme ayuda, es lo mínimo ¿No? –dije sin poder evitar el tono de sarcasmo.

- Carlos, seamos maduros ¿de acuerdo? Si él llega, te pide que le eches un correo, lo auxilias, se despiden y ya, será para mí todo un éxito. No necesitas decirle nada, con que acepte ir contigo será signo de reconciliación y no me pongas ahorita a decir quién se disculpa con quién, por favor. Haz sólo eso, por tu madre ¿de acuerdo?

- Sí mamá, no te preocupes –dije condescendiente-

- Gracias, confírmame tu dirección, para dársela ahora mismo.

Le di la información y colgamos. No estaba seguro si alegrarme. Era, más bien, una sensación extraña, tal vez confusa. Él iba a venir. Ya tenía un buen rato que no lo veía, ni siquiera cuando visitaba a mi mamá. ¿Qué tanto había envejecido en estos últimos años? ¿Cuántos años llevábamos así? ¿Tres? ¿Cuatro? No sabía si tenía sentido hacer memoria. Incluso hasta pudiera ser un ejercicio arriesgado. Implicaba recordar cuando me dejó Norma, cuando forcejeamos él y yo, puros recuerdos ingratos y entregarme a ellos sólo me pondría de malas. Si algo no ejercito, desde que vivo aquí, es la rememoración de las cosas, menos de las desagradables. Prefiero el día a día de la vida y recordar será cuando esté viejo. Lo mejor por tanto será mantenerme ecuánime, ayudarle en lo que me pida, que se vaya al terminar como dijo mi madre y ya veríamos después.

Me levanté de mi lugar olvidándome de lo que iba a hacer en la computadora, fui a la cocina y no pude evitar pensar si convenía lavar los trastes que tenía pendientes. Recoger un poco, también podría optar por arreglarme yo mismo, una cosa o la otra si llegaba en diez minutos. Al final decidí que ninguna de las dos, tampoco le iba a demostrar de ese modo que me daba gusto que viniera. Pero seguía sin saberlo realmente ¿De verdad me daba gusto? No, pensándolo bien, lo más seguro era que no ¿o sí?

La Contraseña XIII

No hay comentarios.: