martes, 26 de octubre de 2010

La Contraseña II

Por si te perdiste las partes anteriores:
La Contraseña I

I

Noche sin luna

Segunda parte

Julieta Díaz, lo dejaste salir y sabes que ése es un grave error. Tú que siempre eres mesurada, prudente y reflexiva, que tomas las peores noticias ecuánime. Hoy explotaste en furia por lo que él vino a decirte, por hablar precisamente después de hacer el amor. Ese acto tan intenso al que se entregan con frenesí durante los pocos días de cada mes en el que él está contigo, por lo que el tiempo es un enemigo que acelera su paso mientras se miran, se besan y fusionados en un abrazo recorren esta pequeña galaxia del primero al último sol.

Pero conoces la lógica del Poder, sabes que con el Poder no se juega, que sus reglas son implacables e inmisericordes. Tenías que disgustarte como lo hiciste porque su osadía es de las caras, de las imperdonables, las que destrozan, las que te obligan a huir y esconderte por siempre si quieres salvarte de su venganza.

Él llegó a la hora exacta según su mensaje, se abrazaron y besaron, platicaron y comieron en la modesta mesa de tu departamento. El venía radiante, feliz, traía los ojos de un niño que se divierte con la travesura que acaba de hacer. Se amaron y habló. Fuiste sintiendo sus palabras como metal derretido sobre tus razones, sobre tus propios planes, sobre tu vida. Ethan llegó para echarlo todo a perder, para proponer algo que parecía simple, pero que sabías no lo era. Por el contrario, podría convertirse en el estigma de sus vidas, por lo menos de su vida y, por tanto, el fin de tu relación con él. Por eso te enojaste, porque no era una travesura, lo que él hizo es un crimen. Más que un crimen, peor aún, una afrenta al poder de su padre que no perdonará y que, en su propia reacción, podría arrastrarlos a todos. El creyó que exageraste al disgustarte así, pero sabes que no, que lo que hizo equivale a irse a ofrecer de sacrificio a un poderoso leviatán encolerizado que lo va a engullir sin remedio.

Estás enojada Julieta y ante el asombro por tu actitud, él salió molesto también, para hablar de nuevo cuando estuvieran tranquilos. Sin embargo, ahora te embarga la preocupación. Ambos se precipitaron y rompieron una regla que tú, por precaución, pusiste: jamás salir de este departamento después de las diez de la noche. Si querían divertirse hasta tarde, saldrían desde temprano y regresarían al día siguiente, preferible quedarse en un hotel para nunca transitar de noche por estas calles peligrosas. Pero ambos olvidaron la regla y tú lo dejaste ir, sin saber siquiera a dónde, ni a qué hora volvería.

Caminabas preocupada por la estancia, mirando de vez en vez la computadora portátil y el disco que él dejó sobre la mesa, motivo de la discusión, cuando escuchaste el disparo. El sobresalto del corazón te dijo que la desgracia estaba más cerca de lo que habías imaginado. Corriste a la ventana y un resquicio entre las nubes dejó pasar el brillo de la luna suficiente para que distinguieras su silueta en el asfalto, haz blanco señalando la tragedia, frente al edificio, con una violenta rosa en el pecho, sin notar que cinco sombras se confundían con la oscuridad, huyendo veloces por las calles sucias al abrigo de esta noche asesina.

Bajaste volando las escaleras para toparte con una mirada sin vida que te cuestionaba desde el vacío. Tu angustia se transformó en la contundente certeza de lo irremediable y te derrumbaste a su lado para llorar tapándote la cara mientras más de dos años de tu vida morían también ahí mismo. Una cacofonía de escenas danzó enloquecida en tu mente: su cuerpo en el suelo, su cuerpo tibio en tu cama, el día que se conocieron en Cancún, la primera vez que volvió con flores en las manos, la manera en que siempre lo aleccionaste regañándolo mientras sonreías, los días de playa, los momentos recientes en que sacaba una computadora portátil de su mochila mientras decía misterioso “tengo algo importante qué contarte y un favor que pedirte”, los días de subir cerros, las horas comprando libros en El Sótano de Coyoacán, el orgasmo de la tarde, la birria dominguera que le gustaba, el beso apasionado de despedida de hace un mes, la cecina de Amecameca, el viaje del año pasado al Istmo, las porras a los pumas, el frío de los Yaquis, su mano en tu mejilla, su presencia silenciosa mientras hablabas con campesinos, las tlayudas de Oaxaca, tu abrazo para no olvidar un once de septiembre, la frenética noche de sexo en una bolsa para dormir en un albergue del Popo, su devoción por ti, una tarde en pacífico silencio tumbados en el Espacio Escultórico, tu amor por él, la noticia que no alcanzaste a darle, lo que no será, todo lo que iba a ser y que, ahora entiendes, no será, no será, no será.

No sabes si fue un segundo o una hora, pero el murmullo de personas asomándose a ventanas que parecían abandonadas y de puertas abriéndose, rompió tu abstracción y te permitió escuchar sirenas acercándose, tal vez ambulancias. ¿Patrullas? Recordaste súbitamente la discusión reciente y comprendiste que tu vida, que ya no era enteramente tuya, estaba en peligro. Te levantaste sin haberlo tocado y corriste de nuevo a tu departamento, tomaste el disco y lo echaste a la mochila rápidamente sin dejar de limpiarte los ojos con los antebrazos, humedeciendo las mangas de la blusa; temblando vaciaste en la misma mochila llaves, papeles, ropa sacada caóticamente de los cajones, todo el dinero disponible y fuiste a la puerta. Antes de apagar la luz, miraste tu departamento, tal vez por última vez, y el enorme dolor de su muerte se mezcló con una recién llegada nostalgia por lo que representaban esos modestos muebles rústicos y los libros regados sobre la mesa, el sofá, el buró e incluso en la cocina, la cama, tu cama, la de ambos. Agitaste la cabeza buscando no pensar más y cerraste la puerta. Momentos después tu silueta se escurrió entre los curiosos arremolinados respecto al cuerpo de Ethan, iluminados por el girar de luces azules y rojas de las torretas. Luego irás corriendo en dirección correcta hacia avenida Tlalpan, donde te recogió de inmediato un taxi.

La Contraseña III

7 comentarios:

El Agus dijo...

¿Julieta escapa por desconfianza a la policia mexicana? Chaaale, ¿pues en qué país vive? si aqui la policía es bien servicial, confiable y siempre en vigilia!






cierto, no sonó nada convincente.
Saludotes Bro.

cosmos02 dijo...

Je,je,je...No exactamente. Acuérdate que Ethan Campbell comete un crimen, se lo confía a ella y por eso se enoja con él y discuten. Él sale del departamente para echarse un trago y calmarse, pero lo matan. Ella no sabe quién fue y supone que tiene que ver con lo que él hizo (lo cual está relacionado con el disco, por supuesto), por eso lo toma y huye.
Hasta eso, la policía no tiene nada que ver, que conste.

Un abrazo.

El Agus dijo...

¿Y luego qué sucede con el disco?, ¿Qué pasa con Julieta?, ¿A dónde escapa?...apúrale con la tercer parte Bro, no hay que ser!

cosmos02 dijo...

El lunes Bro, el lunes... ¿Va?

Un abrazo.

(je,je,je... es un gusto tenerte de lector)

El Agus dijo...

Si no nos hacemos la barba entre nosotros ¿quiénes Bro? jejeje.

No, no es cierto es broma no te creas.........






cierto, tampoco sonó nada convincente
jejejeje

El Agus dijo...

Bro: el "fan" de Mérida soy yo, no se porque cada que entro al blog con la lap me pone que alguien entra de Mérida y la neta no niño hermoso, más bien entra alguien pero de Querétaro mare! jejeje

Un abrazo Bro.

cosmos02 dijo...

Bro:

Siempre supe que eras un fan polifacético, pero no sabía cuánto, je je...

Un abrazo Bro.