lunes, 23 de mayo de 2011

Volver a empezar

Cuentito por Cosmos 02

I

Sentado al borde de la cama, en la semioscuridad de este sucio cuarto de hotel, me cubrí el rostro y no pude evitar el llanto. No podía más, ya no resistía nada más, todo se había ido al carajo, todo. Un desastre tras otro, como si realmente hubiera algo llamado Destino y el mío estuviera escrito sobre mí alma de manera trágica. Lo peor era que podía verlo claramente: las circunstancias, las decisiones, la gente, los errores. Todo era fácil de entender y si pudiera regresar el tiempo seguramente no llegaría a este desesperante punto, este instante en el quiero con todas mis ansias que nada sea real. O que la realidad sea un espejismo, humo que se desvanece con la voluntad del viento.

No puedo evitar repasarlo todo constantemente, con su carga de dolor atosigándome las sienes. Quisiera repasarlo en orden por lo menos, desmenuzarlo racionalmente para encontrar soluciones, ideas nuevas que al menos me sosieguen, pero es imposible. Una cacofonía de imágenes, frases, sonidos e ideas se agolpan unas sobre otras, asfixiantemente, como si todas ellas estuvieran ansiosas de estrellarse en mi mente y demostrar, en un concurso siniestro, que cada una tiene más mérito que las demás en mi infortunio. Como si hubiera orgullo en aportar un poco al recuerdo de mi desgracia personal, empresarial y hasta legal.

¿Qué hace un hombre de mi edad que, pese a sus talentos, pierde a su familia, amigos, patrimonio y acaba perseguido por la ley? ¿Qué debo hacer para salvarme de este dolor y recuperar mi vida? ¿Cómo y a quién le pido una segunda oportunidad? ¿Cómo puedo volver a empezar?

II

Recuerdo lo mal que me sentía anoche y cómo dormí entre sueños afiebrados de angustia y desesperación. Inclusive, recuerdo el plan que a duras penas fui esbozando, el clavo ardiente del que me aferraría como última esperanza para enderezar un poco las cosas. Pero al despertar no fue así. Todo se tornó extraño.

Al abrir los ojos distinguí de inmediato el techo de mi viejo cuarto en la casa de mis padres. Todo era igual, mi cama y su colcha de autos de carreras, el clóset color caoba, las cortinas amarillas, el espejo en la pared en su marco ovalado. Hasta el león de peluche que una tía me regaló al cumplir 9 años estaba ahí, nuevecito a mis pies. Mi muy rejuvenecida madre me llamaba diciéndome que se empezaba a hacer tarde para llegar a la escuela. Aunque confundido, curiosamente no entré en pánico al comprobar frente al espejo que era yo, ese niño de mirada perspicaz que estaba frente a mí era yo.

Me puse el uniforme, bajé a devorar el desayuno que la sirvienta de la casa, anciana que suponía muerta meses atrás, me acababa de servir joven y llena de vida. Disfruté en silencio el viaje a la escuela en el asiento trasero del auto de mi padre y fue cuando estaba en mi banca frente al maestro cuando comprendí que esta era mi segunda oportunidad, que estaba empezando de nuevo. Ese día, mientras me madre me recibía con un afectuoso abrazo fuera de la escuela, el maestro salió detrás de mí para felicitarla. “Su hijo siempre ha sido buen alumno.” Dijo, “pero hoy, señora, ha sido espectacular. Toda la clase se la pasó levantando la mano, todo lo supo, contestaba contento, añadía datos, no hubo nada que su hijo no supiera. Incluso cuando revisamos temas de historia, me dio la impresión de que su hijo tiene opiniones muy hechas, como si fuera un adulto. Señora, la felicito, su hijo es muy listo, muy maduro y sabe mucho”. Un tímido “gracias” fue la respuesta de mi desconcertada madre. Por supuesto yo estaba feliz, pero ahora debía ocuparme de otra cosa: tenía que planear el futuro, no volver a cometer errores. Tenía la ventaja del conocimiento y más de una década para planear las cosas. Pero eran muchos detalles, no debía pasar nada por alto si realmente quería tenerlo todo, conquistar el mundo que se me negó la primera vez. A ella debo conocerla dentro de 8 años o 9 años, más o menos, en el primer semestre de la universidad. Debo evitar a mi futuro socio dentro de doce años, me va a hundir. No debo pelearme con el maestro de estadística de octavo, casi para terminar la carrera, sólo me va a retrasar un año. Debo evitar el accidente después, para eso en la noche de la fiesta aquella no debo tomar. Evitar el choque no es relevante realmente, pero ahora lo sé y sé también que me ahorrará problemas. No volveré a dejar pasar la oportunidad que vendrá un poco después, significará mucho dinero ¿Qué más? ¿Deberé escribirlo? No, sería arriesgado, no es prudente que los demás sepan mí secreto, debo hacer el ejercicio de recordar y de hacer distintas las cosas en el momento oportuno, en el momento exacto. Por lo pronto puedo disfrutar jugando con mis amigos otra vez, nunca fui malo pateando la pelota.

III

Algo no anda bien. En realidad no sé que estoy haciendo. Según yo jamás reprobé matemáticas ¿por qué ahora reprobé matemáticas? Ni nunca estuve en una riña colectiva después de una fiesta ¿O sí? ¿Será que ocurrió y no lo recuerdo? Es como si mirara un cuadro que se ha movido, que no es igual, que recuerdo de un modo y al verlo descubro que es de otro. Ocurren tantas cosas que me es imposible compararlas todas con lo que tengo en la memoria, o al menos eso creía. Debe ser la distracción que viene con la adolescencia, será la tensión por redescubrir mis cambios hormonales. No lo sé. Según yo tengo la vida planeada desde que era niño, aunque no recuerdo exactamente de dónde me vino esa idea o porqué es así, a pesar de que lo siento como una convicción muy fuerte. Mi madre me dice que fantaseo mucho, que fantaseo de más, que lo he hecho siempre, pero más desde que tenía 9 años, que debería poner los pies en la tierra y mirar más seguido al presente, en vez de tener siempre la mirada puesta en un futuro que me jacto de conocer. Dice que a veces le da miedo cuando me pongo a hablar del futuro en tiempo pasado. Si al menos pudiera recordar la razón por la que hago eso.

El futuro. Algo raro tiene el futuro. Para mí era una zona llena de certidumbres, el gran patio de juegos en el que estaba ansioso por entrar a divertirme. Ahora no se, me parece nebuloso. Una zona extraña que creía tener en la mano y que se me escurre como arena, como un horizonte que desaparece conforme se mete el sol. ¿Es correcto que estemos haciendo maletas porque vamos a irnos a otro país en donde mi papá tiene “la mejor oferta de trabajo” de su vida? Debería saberlo, mejor aún, debería recordarlo, pero no puedo. Estoy convencido que dentro de poco, uno o dos años, debo conocer a alguien, es importante conocer a alguien, una mujer, una gran amor ¿se supone que deba ella hablar francés? Yo nunca hablé francés ¿O sí? No lo creo, aunque ya no sé si lo olvidé, o si no lo supe nunca. Igual y conozco una chica que hable francés, no estaría mal. Pero no es todo, había también algo que debía evitar, algo, un error, algo. Estaba en el plan, me lo dije a mí mismo desde hace muchos años y ahora que el momento se acerca no sé qué es, ni cuándo. No sé si tenga sentido seguir con estos juegos. Creo que ya debería convencerme de que toda esta imaginación vino de mi infancia y por alguna razón, tal vez la falta de hermanos, me obsesioné con ello. Sí, eso debe ser. Asumiré de una vez por todas que me estoy volviendo adulto y me dejaré de idioteces, así al menos mi madre no vivirá espantada pensando que siempre he estado un poco loco. Además, tengo que resolver lo de esa materia reprobada o de lo contrario me retrasaré un año.

No hay comentarios.: