lunes, 8 de noviembre de 2010

La Contraseña V

[ Por Cosmos02 ]

Por si te perdiste las partes anteriores:
La Contraseña I
La Contraseña II
La Contraseña III
La Contraseña IV

III

Un rompecabezas por armar



Primera Parte

De lo que se trata es de manipular mentalmente todas las piezas que se tengan a la mano para ver si engarzan de un modo distinto al que en apariencia están. Y si bien el método no consiste en estar especulando constante e inútilmente, es importante no dejar detalles de lado que pudieran significar vacíos en la explicación de las cosas, como piezas faltantes de un gran rompecabezas. Para eso una gran mente debe estar siempre alerta, siempre observando, siempre ecuánime para que la razón trabaje sin tropiezos y a toda velocidad. La mirada de un detective, además, tiene que ser penetrante, pues debe estar adiestrada para ver más allá de lo ordinario, más allá de lo que los demás no pueden percibir a simple vista, pues la solución de los enigmas puede hallarse en las cosas más pequeñas, en los detalles ínfimos de una escena, una circunstancia, una conversación.

Daniel Franco no podía recordar si eso se lo había dicho William Baskerville treinta y tantos años antes o si eran palabras de Sherlock Holmes a Watson leídas de nuevo la semana pasada, pero cuando vio el edificio del domicilio de Julieta Díaz, lo primero que le vino a la mente fue que se trataba de un par de jóvenes fugitivos que buscaban esconderse de Kuzmanovski, a pesar de lo que la noche anterior le había dicho el mismo polaco, tal vez alemán. Pero, en efecto, no se iba a dejar llevar por la especulación, no era correcto. El registro electoral de Julieta Díaz tenía unos cuatro años, por lo que no era lógica esa conclusión, pues eso los convertiría en los fugitivos más torpes del mundo.

El edificio era un cubo gris con pintura descascarada en la parte alta de sus paredes e intensamente grafiteado en la parte de abajo. Tenía cinco filas de ventanas perfectamente alineadas, dos por piso, lo que daba a pensar que, desde la parte que daba a la calle, debía haber sólo uno o dos departamentos por nivel, aunque Franco sabía ya que por lo menos eran dos, por el número del departamento. Desde la calle se alcanzaban a ver las jaulas para tender ropa en la azotea, así como tinacos de asbesto manchados de herrumbre sobre bases de tabique, también con grafitti. La entrada al inmueble era una puerta de lámina color negro a medio abrir, por lo que Franco no tuvo que tocar para colarse al interior. Los departamentos de la planta baja, por la ausencia de ruido en su interior, parecían vacíos. “Departamento 302”, recordó el detective mientras comenzaba a subir la solitaria y estrecha escalera de cemento y barandal de herrería que se mal iluminaba con el tragaluz roto del techo. En realidad no se imaginaba a un norteamericano viviendo aquí, pero Domínguez había dicho, traduciendo palabras de su jefe, que “viene con mucha frecuencia con una mujer con la que tiene relación y que probablemente se hospede con ella” ¿Él sería casado? Entonces este sería un escondite de otro infiel, una verdadera aguja en un pajar para una celosa esposa norteamericana. Pero Daniel Franco interrumpió nuevamente de tajo ese pensamiento recordando que no se trataba de otro de los tantos casos que siempre atendía.

Llegó al tercer piso y miró el cubo de las escaleras hacia abajo, el viento que entraba por el tragaluz silbaba en el edificio, ahondando su aire de abandono. Se paró frente al departamento y tocó la puerta de metal, pero no hubo respuesta.

El pasillo daba acceso a otras dos viviendas, una enfrente, con el número 303 y otra a la derecha, el 301, cuya puerta comenzó a abrirse lentamente. Al voltear, el detective vio a una niña de no más de seis años que habló en voz alta: “Abueeee, ya vinieron a buscar a Julieta”. “Aquí es”, pensó el detective congratulándose por la agilidad de las cosas.

- ¿A quién busca? –Dijo una mujer morena, de baja estatura, robusta y con el cabello canoso. Tenía un delantal sobre un vestido verde oscuro y zapatos abiertos de plástico. El tono de su voz era hostil, como si hubiera sorprendido a un intruso. A Daniel Franco le pareció que debía tener más o menos su misma edad, sesenta años, tal vez un poco más y, literalmente, había tenido las manos metidas en la masa, haciendo tortillas.

- Buenas tardes –contestó gentilmente- busco a la señorita Julieta Díaz ¿vive aquí?

- Ella no está, ni va a estar luego ¿Quién es usted? ¿Qué quiere? –respondió la mujer aumentando la brusquedad de sus palabras. Tras ella, asomó la cabeza otra mujer, una adolescente que miró con curiosidad al detective.

- Deseo localizar a la señorita Díaz –respondió nuevamente buscando un tono de voz que aminorara las reticencias de la mujer mayor. Entonces la adolescente habló entrecerrando los ojos.

- ¿De parte de quién viene? ¿Es usted amigo de ella? –Dijo la joven que debía tener unos 16 o 17 años, también de poca estatura, más o menos como la mujer mayor pero sumamente delgada.

El detective comprendió enseguida que ella sería mejor interlocutora que la primera, por lo que habría que dar las respuestas necesarias.

- Soy el detective Daniel Franco, deseo localizar a la señorita Díaz porque ando buscando a un norteamericano, de nombre Ethan Campbell.

- “Ita” está muerto –dijo la mujer mayor abruptamente-

- Cállate abue, - le reconvino la adolescente. Entre ambas, la niña se apretujaba buscando espacio para ver -¿Es usted amigo de ella o viene por el disco? –insistió en saber la joven retomando la palabra.

El detective se contuvo un momento, no podía someter a esas mujeres a un interrogatorio, primero tenía que ganar su confianza si quería obtener información. De cualquier modo, el “Ita está muerto” le impactó como una bofetada sorpresiva. Se dio un momento para repasar rápidamente las piezas que ya tenía: Si está muerto, eso explica que no haya llegado a la cita, por lo que probablemente no existieran razones para que Campbell estuviera huyendo de su cliente, lo otro era saber de qué disco estaban hablando, pero tal vez sería un error demostrar que no tenía información sobre ningún disco. Si eso era relevante para su caso lo respondería Kuzmanovski, por lo que no habría porqué insistir de momento en él. Por tanto, lo importante era la información sobre “Ita”.

- Señorita, deseo ayudar a Julieta Díaz –dijo pensando que ese argumento le generaría simpatía-, pero debo hallarla. ¿Qué dice que le pasó a Ethan Cambpell?

La adolescente lo miró un momento y suspiró. Había decidido que Franco era de fiar ahora que demostraba también saber de la existencia de “Ita”.

- A Ita lo mataron antenoche aquí enfrente en la banqueta ¿No vio la cruz que está casi en la entrada? Julieta se fue, pero me dijo antes de irse que vendrían a buscarla, me dijo que les va a devolver el disco, pero quiere que la dejen en paz. Si usted viene por eso, le doy el papel que me dejó.

“¿La cruz? ¡Maldición!” Pensó Daniel Franco. Buscando estar atento a todos los detalles, había dejado de lado la cruz de cal en el piso que como ofrenda las vecinas que conocían a Julieta habían puesto al día siguiente en el lugar donde había muerto Ethan Campbell, con veladoras y flores de cempasúchil. Era una torpeza imperdonable no haber reparado en algo tan evidente y la inocente pregunta de la adolecente se lo había hecho notar como una bofetada al rostro. Había ignorado la cruz como si fuera parte del paisaje a pesar de estar a unos metros de la entrada del edificio, sobre la misma acera. Daniel Franco sintió como si tuviera una espina molestándole en el costado. Si estos descuidos se acumulaban, las cosas no marcharían bien.

Julieta Díaz ignoraba a los muchachos de la cuadra, pero no a sus mujeres, menos aún estas tres vecinas a las que había ayudado en diversas ocasiones y con las que, junto con Ethan, había desarrollado una amistad cercana. Daniel Franco percibió eso, ellas eran el conducto a Julieta, aunque dada la encomienda inicial, el énfasis estaba en descubrir con detalle qué había ocurrido con Ethan Campbell.

- ¿Cómo lo mataron? –Preguntó Franco adquiriendo un genuino aire de preocupación.

- Le metieron un balazo, ahí quedó tirado todo lleno de sangre, luego vino la policía y se lo llevaron –contestó la mujer mayor acelerando las palabras y haciendo un ademán hacia el piso con la mano derecha para enfatizar.

- Tan buen muchacho que era –continuó la señora ya sin reticencias-, no sabe cómo estamos aquí todas las vecinas enojadas por eso y ahora mire, no sabemos dónde está Julietita pues se tuvo que ir.

- Deme el papel que le dio Julieta, intentaré protegerla –Dijo Franco dirigiéndose a la joven mientras sentía cierta conmiseración por esas mujeres, con Julieta misma aunque aún no la conocía. La muchacha entró a su casa y volvió enseguida con una hoja de papel arrancada de un cuaderno. Al recibirla, Franco vio claramente que la mirada de la adolescente era un ruego clamando auxilio.

- Julieta es nuestra amiga y nos ha ayudado mucho. La vimos muy preocupada…yo creo que tiene miedo.

El detective extendió el papel:

judieliz_0896@yahoo.com.mx

“Un correo electrónico, esta mujer es inteligente”, pensó Franco, que aunque no era experto en informática, tenía los conocimientos básicos para saber qué implicaciones tenía ese dato: había tendido un medio de comunicación efectivo e impersonal. Dejó el mensaje de que devolvería el disco, cualquier cosa que eso significara, pero no se arriesgaría personalmente con quien le escribiera. “Ya veremos qué hay con ese disco”, reflexionó al tiempo que imaginaba un rompecabezas aún incompleto con la imagen de una joven corriendo, un cadáver en el piso y un hueco en el centro en forma circular, en forma de un disco compacto, elementos que ya podrían permitirle llamar a aquello un caso, un auténtico caso de detectives.

- ¿Cómo dijo que se llama? –preguntó la adolescente sacándolo de su repentino marasmo.

Entonces Franco se permitió algo que nunca le había sido posible hacer mientras tratara con engañados, pero que siempre había estado entre sus sueños más escondidos, a pesar de su edad:

- Franco, Daniel Franco...detective.

La Contraseña VI

3 comentarios:

El Agus dijo...

Ese Daniel Franco se me hace que en realidad trabajó en la PGJEM, mira que no ver la cruz. Es como no ver a una niña muerta enredada en sus propias sábanas por 3 días Bro.

Saludotes

cosmos02 dijo...

je,je,... No, hasta eso, le ofrecieron de jefe allá, pero no aceptó.

El Agus dijo...

Hubiera aceptado, cualquiera pero realmente cualquiera lo haría mejor que Bazbaz jejeje