viernes, 11 de febrero de 2011

La Contraseña XVIII

[Por Cosmos02]

Por si te perdiste las partes anteriores:
La Contraseña I
La Contraseña II
La Contraseña III
La Contraseña IV
La Contraseña V
La Contraseña VI
La Contraseña VII
La Contraseña VIII
La Contraseña IX
La Contraseña X
La Contraseña XI
La Contraseña XII
La Contraseña XIII
La Contraseña XIV
La Contraseña XV
La Contraseña XVI
La Contraseña XVII


VI


El disco


Segunda parte



El dolor es un rayo colérico que te recorre por dentro, agitándote en sollozos. Es una multitud de insectos devorándote el vientre, una campana gigante repicando en tu cabeza, una daga clavada en tu pecho, el abandono con el que caes incesante en este abismo sin fin. Pájaros negros volando en círculos bajo la lluvia. El vacío a tu alrededor, la desesperanza de un millón de niños escuálidos en medio de la guerra, del desierto, en caravana bajo una tormenta. El hambre campesina, el reo inocente, la madre soltera, el anciano solo, una mujer golpeada. La impotencia ante el Poder. Una ciudad destruida, un bosque en llamas, una casa de cartón en la montaña, un mendigo tirado en la banqueta, un maizal seco. Es el viento helado que paraliza tu corazón, un sol apagado, un día sin mañana, una mano asesina, el odio, un beso de Judas, el cinismo, la mentira, la ambición, la lujuria del dinero, el desamor, un golpe y luego otro, el tiempo que nunca retrocede, la ausencia de aire que te impide respirar, el estruendo de un arma cada vez que pronuncias su nombre, llamándolo: “Ethan ¿Dónde estás?”.

Despiertas con un enorme esfuerzo, lo primero que notas es un sabor amargo y pastoso en la boca, todo te da vueltas. Intentas levantarte pero no es posible, una mezcla de nausea y debilidad te lo impiden, por lo que derrumbas tu cuerpo de nuevo sobre la cama. Cierras los ojos para, así, recuperar la lucidez. Entonces escuchas una voz:

- Julieta ¿estás despierta?

- Sí, pero no puedo abrir los ojos, estoy mareada.

- Debe ser todavía por los efectos de la pastilla que te di anoche. Ayer no dormiste nada mujer. Quédate así, voy a traerte un caldito para que te sientas mejor ¿de acuerdo? No tardo.

Respiras hondo e intentas incorporarte, aún es difícil, los cuadros del cuarto danzan frenéticos a tu alrededor, junto con la ventana, el crucifijo y el foco. Te sientas recargando la espalda en la cabecera, vuelves a cerrar tus párpados y te mantienes inmóvil mientras todo se ralentiza hasta volver a su lugar. Tu amiga se acerca con una charola en las manos.

- ¿Te sientes mejor?

- Sí, creo que sí –contestas abriendo lenta pero definitivamente los ojos-. ¿Qué hora es?

- Ya es de noche Julieta.

- ¿He dormido todo el día?

- “Dormido”, lo que se dice “dormido”, no mijita. Has estado hablando y llorando, aun cuando te di una pastilla muy fuerte. Hasta un caballo se hubiera quedado bien dormido. Pero estuviste muy inquieta. En verdad que estuve a punto de inyectarte un sedante pero de por sí te veía mal, no quería darte nada más ¿Te acuerdas que limpié el sudor de tu frente?

- No sentí nada. Me duele mucho la cabeza.

Tomas la charola, la acomodas sobre tus piernas y haces el esfuerzo de sorber el caldo de pollo, que resulta un verdadero bálsamo para tu estómago.

- No me sorprende Julieta, ha sido una impresión muy fuerte para ti. Anteayer llegaste como a la una o dos de la mañana, ya no sé y no dormiste, y, cuenta, te tomaste la pastilla ayer como a las once de la noche, más el tiempo que estuviste despierta anteayer, llevabas, deja ver…, como cuarenta horas sin dormir.

- Ana Clara , te agradezco mucho, tu casa fue el primer lugar que se me ocurrió…

- Ni lo digas mujer, no tienes nada que agradecer, para eso somos amigas, las mejores.

- ¿No deberías estar trabajando en el hospital?

- Ya pedí permiso para faltar unos días al trabajo, luego arreglo eso, no te preocupes.

- Seguro también desvelé mucho a Raúl.

- No hay problema por él, te digo que no te preocupes, ahora ya no tarda de trabajar. Anteanoche ni se desveló, ya ves que luego de que te abrimos se regresó a dormir. Pero también está muy enojado por lo de Ethan. Dice que en la organización tienes todo el apoyo que necesites, que él puede hablar con los compañeros abogados, para que nos ayuden si hay problemas. ¿Vas a denunciar su muerte?

- No sé todavía qué voy a hacer…

- Bueno, te adelanto que Raúl también compró y revisó casi todos los periódicos de hoy en la mañana y están como los que revisamos ayer: no hay nada. Como si no hubiera ocurrido nada.

- Todo esto es muy confuso, me imagino muchas cosas, pero no sé qué está pasando. Se me hace muy raro que ningún medio diga algo, ni siquiera los de nota roja.

- Deberías reponerte primero Julieta. Todos queríamos a Ethan, pero ahora la que me preocupa mucho eres tú. Deberías ver la cara que tienes.

- Estoy muy dolida y muy triste… Al parecer ni siquiera lo podré enterrar como enterré a mis padres –se te quiebra la voz, llevas una mano a la cara y limpias de la mejilla la lágrima que se desplaza aprisa- pero me voy a reponer, tengo que reponerme. Además, me temo que este asunto no ha terminado.

Tu amiga pone una mano sobre tu hombro y te mira con afecto.

- Come, te hace mucha falta. Ya no llores. Comparto tu dolor por Ethan, pero sigo sorprendida, sin entender.

Suspiras profundamente y buscas controlarte. Eres consciente que debes enfrentar los hechos y actuar en consecuencia. Nunca has sido una mujer débil, no te concibes como tal. Entrecierras los ojos y recuerdas.

- Llegó a la casa con un disco, se robó información de Microsoft. Tampoco habla de eso el periódico ¿verdad?

- No. ¿Tú crees que lo mataron por eso?

- No se me ocurre otra cosa ¿cómo te explicas que no haya noticias sobre su muerte? No sé si lo seguían, o lo localizaron y ahí mismo lo mataron. Lo que me desconcierta es que no hayan subido por mí, tal vez alguien los vio y huyeron. Tal vez me siguieron hasta aquí…

Detienes un segundo tus palabras, la conclusión es ominosa, pero debes dejarla salir al tiempo que miras intensamente a tu amiga:

- Ana, te estoy poniendo en peligro. A ti y a Raúl. Debo irme de inmediato.

- No chiquita –dice tranquilamente Ana Clara moviendo el dedo índice muy cerca de tu cara- ni creas que te voy a dejar ir así, hecha este desastre. Si te acerco un espejo te espantas. Si alguien te hubiera seguido anteanoche ¿crees que no nos hubiéramos dado cuenta ya? Por si no los has notado mijita, mi colonia es pequeña y está bardeada, si alguien anda rondando, los vigilantes de la entrada lo comunican a los vecinos. Nadie sabe que estás aquí, además, dijimos que seríamos discretos. Así que ni te preocupes Julieta.

- Quiero hablarle a Rita, mi vecina, a ver si ha ocurrido algo en mi casa.

- ¿Quieres que te traiga el teléfono?

- No, lo haré desde mi celular. Si intervinieron los teléfonos de mis vecinas, así al menos no ven tu número.

- Por favor Julieta, no seas paranoica.

- Lo seré.

Te estiras al buró para tomar tu teléfono, Ana Clara retira la charola y marcas a la casa de tus vecinas. Te cuentan que hoy mismo, temprano, llegó a buscarte un hombre mayor, un tal detective Franco. Tu vecina te dice que parece buena persona, muy serio pero tranquilo, hasta algo distraído, como profesor chiflado. Le dio tu correo electrónico.

- Explícame exactamente qué te dijo –preguntas para confirmar la información, la joven repite la historia-.

- Gracias, ya no le digas nada a nadie más. Si alguien va a buscarme, simplemente digan que no estoy. Dile a tu abuela que ya no diga nada de Ethan, como si no lo conocieran… No, no te preocupes, nos vemos muy pronto por allá. Sí, todo está bien, ustedes ya no digan nada, luego te cuento pequeña. Cuídense mucho, adiós.

Tu amiga te mira parada frente a la cama, con los brazos cruzados. Comienza a ver a la Julieta Díaz que conoce: la mujer con la mirada de que siempre sabe qué debe hacer.

- ¿Tienes Internet aquí? Quiero checar mi correo electrónico.

- Claro, usa la computadora de Raúl.

Comienzas a sentir el alivio que te dio la comida, te sientes mejor, aunque la tristeza aún es una losa que debes cargar. Te asomas bajo la cama y atraes hacia ti la mochila, la pones sobre tus piernas, donde estuvo la charola, hurgas en su interior, todo está revuelto. Sacas el estuche en el que se encuentra el disco y lo levantas a la altura de tu rostro para que Ana Clara lo vea.

- Esto es el culpable de todo, pero me voy a deshacer de él lo más rápido que pueda.

La Contraseña XIX

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